Lo que debe hacer un gobierno frente a grandes manifestaciones opositoras Imagínate un lago. A su alrededor numerosos juncos y arbustos. Los juncos tienen tallos flexibles de apariencia algo frágil y delicada. Los arbustos tienen ramas duras, rígidas, de apariencia mucho más sólida. De pronto sopla un viento huracanado. Violento. Las duras ramas de los arbustos se quiebran, se parten, se rompen. Pero los tallos de los juncos se doblan en la dirección del viento y no se rompen. Cuando pasa la tormenta hay restos de ramas quebradas por todas partes. Y los juncos siguen allí, flexibles e intactos.
Una gran manifestación opositora es siempre una tormenta para cualquier gobierno.
Una tormenta después de la cual ese gobierno puede destruírse, desgastarse o mantenerse intacto.
¿De qué depende?
La mayoría de las personas suele pensar que eso depende de la manifestación opositora. De su fortaleza, de su virulencia, de su masividad, de su prolongación en el tiempo.
Pues no.
No es que nada de eso tenga que ver. No quiero decir que no importan esos factores porque sí importan.
Pero el factor decisivo es la reacción del gobierno.
Su inteligencia o su torpeza para enfrentar el temporal.
Para comprender mejor el asunto debo explicar a qué me refiero cuando digo 'gran manifestación opositora'. Con esa expresión hago mención a un fenómeno que todo gobierno enfrenta varias veces a lo largo de su mandato.
Ese fenómeno consiste en un evento de gran notoriedad y que vaya en dirección contraria a alguna decisión o política gubernamental.
Por ejemplo:
- Movilizaciones callejeras con o sin desórdenes
- Paros y huelgas contra el gobierno
- Campañas de prensa fuertemente críticas
- Plebiscitos o elecciones de medio término con resultados desfavorables o por lo menos preocupantes
- Fracaso parlamentario de alguna ley importante
- Encuestas que revelan gran descontento popular
- Malestar palpable en la población
- Cualquier otro evento que denote rechazo importante, aunque no sea mayoritario, a algunas políticas del gobierno
La mayor parte de las reacciones gubernamentales frente a tales manifestaciones opositoras es, habitualmente, torpe.
Es una torpeza no darse cuenta del descontento.
Es una torpeza creer que todo se debe a alguna oscura conspiración.
Es una torpeza quedarse en silencio como si no pasara nada.
Es una torpeza responder con soberbia e ironía.
Es una torpeza confrontar con crudeza e ingresar en una espiral de enfrentamientos.
Todo eso es torpe porque es rígido, duro y por lo tanto se quiebra tarde o temprano.
Como las ramas de los arbustos cuando soplan vientos huracanados.
Pero además es torpe porque desconoce un hecho básico y fundamental: en toda manifestación opositora importante hay una base social y cultural. Más allá inclusive de los intereses políticos o económicos que se muevan en el tema.
Siempre hay un sector del público preocupado, molesto, confundido, enojado o simplemente discrepante.
Siempre.
Y es a ese sector al que el gobierno debe darle una respuesta.
Una respuesta inteligente.
Persuasiva.
¿Cómo hacerlo?
- Identificando con serena precisión cual es el núcleo del problema que preocupa a esa gente
- Explicando con tranquilidad que se entiende esa preocupación
- Ofreciendo una solución propia a ese núcleo del problema que siente ese grupo de personas
- Haciendo que esa solución sea compatible con las orientaciones generales del gobierno
- Reforzando esas orientaciones generales pero con buen talante
- Manteniendo abiertas las líneas de diálogo que sean posibles
- Admitiendo que aún así es válida la discrepancia
- Haciendo todo lo anterior a tiempo, o sea en el momento mismo que todo comienza
¿Se elimina así la oposición o la discrepancia?
No (por suerte).
Pero se evita ingresar en una escalada conflictiva que siempre termina mal.
Y de esta forma el gobierno puede salir hasta fortalecido de la tormenta.
Como el junco, que se dobla pero no se quiebra.
Y después del huracán sigue ahí, intacto.
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