Publicado en Ideas y Debates, La Tercera, 11 de marzo de 2009
El cuarto y último año de gobierno de la Presidenta Bachelet -que comienza hoy- inevitablemente incita a todo tipo de evaluaciones y consideraciones sobre lo que ha sido su gestión y su impacto en la política nacional. Al respecto, podemos hacer al menos tres reflexiones, cuya importancia radica en que ya sea cambiaron una tendencia, reforzaron otras o revelaron aspectos que no parecían obvios.
En primer lugar, el hecho de que Bachelet fuera la primera Presidenta de Chile tiene múltiples lecturas. Por lo pronto, por primera vez desde el retorno a la democracia un candidato de la Concertación obtuvo una votación casi igual entre hombres y mujeres. Para muchos analistas esto se explicaba por razones de género: ser mujer hacía la diferencia. No obstante, otros aspectos, tales como sus atributos personales (simpatía, cercanía, etc.) y el hecho de que se tratara de un rostro nuevo en la política chilena, contribuyeron decisivamente a este resultado. Lo relevante es si esa tendencia se revertirá o no en el futuro cercano. Por lo pronto, los candidatos hoy en competencia tienen perfiles tradicionales, son hombres y no son rostros nuevos en la política chilena.
Un segundo punto tiene que ver con el poder de los partidos. En efecto, una de las primeras medidas de Bachelet consistió en anunciar un gabinete paritario y que su gobierno sería uno de carácter "ciudadano", generando de este modo una distancia significativa de las tiendas políticas de su coalición. En la práctica, los resultados no fueron positivos y quedó en evidencia que gobernar sin los partidos o intentar una renovación política "desde arriba", forzando las lógicas y jerarquías de ellos, es una tarea muy difícil, por decir lo menos. Ciertamente, las fórmulas populistas, al mejor estilo latinoamericano, sí lo permiten; no obstante, ellas distan mucho de ser un mecanismo republicano en democracia.
Ahora bien, uno de los efectos que trajo consigo esta fórmula -por supuesto sumada a 18 años, que desgastan cualquier gobierno- es un creciente desorden al interior de la Concertación. Después de todo, esta suerte de alejamiento de los partidos validaba la tesis del desgaste de éstos y de su disciplina interna. Si bien ello podría haberse iniciado con Lagos -son incontables las oportunidades en que éste tuvo enfrentamientos con las coelctividades oficialistas-, la verdad es que el ex Presidente a través de ellos y con operadores claros en sus filas, situación que no parece tan evidente en el caso de Bachelet. De este modo, la cuestión que queda por verse es si la tradicional disciplina que imperaba en la Concertación volverá en las próximas elecciones.
Finalmente, cabe preguntarse por el término del gobierno de Bachelet. A diferencia de Lagos, ella enfrentará una de las mayores crisis económicas en muchas décadas, cerrará el cuarto gobierno de la misma coalición (20 años ininterrumpidos de conducción) y se tratará de un gobierno con una forma de conducción muy distinta de los anteriores, con los importantes desajustes que eso ha significado.
Pero existe un aspecto adicional: ¿cuáles han sido los proyectos o desafíos emblemáticos de su gobierno? Para Aylwin, fue la transición; para Frei, consolidarla y generar la sensación de un nuevo ciclo político económico; para Lagos, ser el primer Presidente socialista después de Allende y centrar su quehacer en infraestructura. En el caso de Bachelet, ser la primera mujer Presidenta fue uno de los desafíos, junto a haber abordado temas económico-sociales como previsión y empleo. Si sus propuestas fueron o no las más adecuadas, eso es parte de otra discusión.