Felipe Larraín
Martes 10 de Marzo de 2009
Más allá de la crisis
Las últimas cifras muestran los problemas que está teniendo la economía chilena para enfrentar la crisis externa y evidencian el importante error de diagnóstico inicial del gobierno, cuando declaró que nuestra economía estaba blindada. Nada más lejos de la realidad.
La tasa de desempleo llegó a 8% en enero, con lo que el número de desempleados se acerca a los 600 mil. Lamentablemente, todo indica que seguirán aumentando, tanto por la estacionalidad negativa del empleo cuando nos acercamos al invierno, como por la reducción de la actividad. La caída de 1,4% en el (Imacec) de enero es sólo el preludio de un año muy complicado. Es muy posible, aunque no inexorable, que en 2009 convivamos con la recesión.
Las urgencias de la situación que vivimos y -en particular- la realidad de millones de compatriotas que han perdido su empleo, no pueden encontrar trabajo o temen perder su fuente laboral, hacen que la atención esté puesta en cómo afrontar esta crisis. Sin embargo, los problemas de la economía chilena se remontan mucho más atrás.
Hace una década que muestra evidentes señales de agotamiento: crecimos al 7,6% anual entre 1986 y 1997 y luego bajamos a menos del 4% entre 1998 y 2008. Luego de la crisis asiática, Chile ha crecido la mitad de lo que lograba antes, y desaprovechó así un período extraordinario de la economía mundial, especialmente entre 2004 y 2007. Por ello, la recuperación de nuestra economía requiere de medidas que apunten tanto a la coyuntura como al largo plazo. Aunque esta columna discute la situación de corto plazo, cualquier análisis medianamente completo de la economía chilena debe considerar ambos elementos.
Frente a las complicaciones del escenario económico, el Banco Central ha reaccionado, aunque tardíamente, con un fuerte recorte de tasas. Con la inflación en picada -negativa los últimos cuatro meses- existe bastante espacio adicional para bajar la tasa de política monetaria entre 250 y 350 puntos base. El Banco Central debe bajarla sustantivamente y lo hará este jueves. Dado que existe un rezago entre la baja de tasas y la respuesta de la actividad económica, mientras antes se haga, mejor.
Por su parte, el Gobierno ha respondido con un paquete de estímulo fiscal que bordea los US$ 4 mil millones. Existen elementos positivos en este paquete, como la eliminación transitoria del impuesto de timbres y estampillas, la rebaja de los PPM y la devolución anticipada de impuestos. También son positivos el bono de $40 mil por carga para las familias de menores recursos, el subsidio a la contratación de mano de obra y (puede serlo) el plan de inversion pública por US$ 700 millones.
Sin embargo, debemos estar conscientes de las debilidades del plan, para no alimentar expectativas exageradas sobre lo que puede lograr. En primer lugar, aunque en circunstancias como las actuales puede ser adecuado pensar en un aumento del gasto fiscal, éste debe ser bien empleado, en proyectos con rentabilidad social positiva. Y existen legítimas dudas respecto de la capacidad del gobierno de gastar bien. Sumando sólo las pérdidas de ENAP, EFE y el Transantiago se supera largamente el plan de estímulo fiscal. Puesto de otra manera, el plan completo podría haberse financiado con un manejo medianamente razonable de los activos públicos, sin necesidad de recurrir a los fondos públicos acumulados en tiempos de bonanza. Segundo, el aumento de gasto público aprecia el peso chileno, especialmente si es financiado con ventas de dólares. De tal manera, parte del programa fiscal lo va a pagar el sector exportador. Tercero, el gasto fiscal por sí solo no va a ser capaz de contrarrestar la caída en la demanda externa e interna; por ello, cobran especial importancia los estímulos a la oferta y el manejo de expectativas. Esto no significa que no haya que usar la política fiscal en forma contracíclica, sólo que hay que tener claras sus consecuencias.
Un nuevo impulso
El plan fiscal del gobierno no será suficiente para evitar el deterioro de la economía en 2009. Un elemento central en este escenario es la recuperación de la confianza de las personas y las empresas. Esto no se ha logrado. El aumento del desempleo (que superará dentro de poco el 10% de la fuerza laboral) y el temor a perder el trabajo tienen un fuerte costo para las personas, y conspiran contra la recuperación del consumo -especialmente en bienes durables- y la compra de viviendas. El deterioro de las expectativas y las dificultades de caja para las empresas inhiben tanto la contratación como la inversión.
Hoy la tarea central es apuntalar el empleo. Se requiere un impulso mucho más decidido a la creación de empleo. El plan del gobierno contempla recursos para subsidiar la contratación de mano de obra por unos US$ 100 millones, orientados a jóvenes de 18 a 24 años; hay que aumentar esos recursos y extenderlos a todos los sectores vulnerables, independiente de la edad. Para las PYMEs, generadoras del 80% del empleo, una forma efectiva de apoyar sus necesidades de caja es aumentar el plazo para el pago del IVA, reducir (transitoriamente) aún más los pagos provisionales mensuales (PPM) y aumentar los recursos de CORFO que apoyan el crédito a través de los factoring y otras formas.
Entre las medidas pro inversión, no basta con aumentar la inversión pública, sino que debe también potenciarse la inversión privada. Hay que darle mayor fuerza al programa de concesiones de OO.PP., cuya contribución a la formación de capital del país ha caído sistemáticamente en los últimos años. Asimismo, debería considerarse un incentivo tributario adicional a la inversión: acelerar la depreciación para nuevos proyectos.
En esta línea van las propuestas que ha entregado al país Sebastián Piñera. El difícil momento actual hay que abordarlo con visión de país y acogiendo las buenas ideas aunque ellas vengan del otro lado. Esa es la mejor manera de minimizar los efectos negativos en la producción, el empleo, y, con ello, en la vida de millones de chilenos.