La crisis ha traído un aumento en las presiones proteccionistas globales. Ecuador recientemente impuso salvaguardias a nuestros productos, ahora afortunadamente revertidas. EE.UU. ha comenzado a discriminar contra los proveedores extranjeros en las compras públicas, aunque la ley dispone que se deben respetar los acuerdos de no discriminación en esta materia. También China discrimina en las compras públicas, pero sin establecer limitaciones. En EE.UU. y Europa comienza a discutirse la posibilidad de fijar impuestos de acuerdo con la traza de carbono de las importaciones, ya que un mayor uso de carbono correspondería a un subsidio implícito del país exportador.
Esta línea de iniciativas se repite en muchos otros países, y por eso existe cierto temor de que podría repetirse el proceso proteccionista que siguió a la crisis de 1929 -y que profundizó dicha crisis-. El proteccionismo de entonces fue devastador para países como Chile, cuyos mercados de exportación desaparecieron. El recuerdo de tal experiencia hace poco probable que los países desarrollados repitan el error de retornar a un proteccionismo extremo. En países más pobres, gobernados por demagogos, la situación podría ser distinta, pues allí el proteccionismo puede desatarse.
Incluso en los países desarrollados, las presiones por fórmulas de este sesgo probablemente conducirán al aumento de medidas de protección parciales y temporales, como las antidumping o antisubsidios. Ellas, aunque reducen el comercio, al menos se encuadran en los acuerdos multilaterales, están sujetas a revisión por la OMC y son temporales. Al diluir la presión de los sectores más afectados por la crisis, permiten que los acuerdos globales de liberalización del comercio sigan siendo aceptados.
Para Chile, un mundo más proteccionista tendría un alto costo, debido a nuestra orientación hacia el comercio exterior, pero se tienen buenas defensas en este ámbito. Primero, una política comercial transparente hace más difícil que los grupos de presión en los países de destino puedan usar argumentos de represalia. Además, el país tiene una canasta de destinos bien diversificada: 17,3 por ciento de las exportaciones va al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, en su sigla inglesa); 2l,26 por ciento a Europa, y 36,25 a Asia. La mayor parte del resto se distribuye entre Centro y Sudamérica. Por eso, Chile no depende de unos pocos destinos, a diferencia de Canadá o México, cuyas exportaciones son absorbidas por EE.UU. en aproximadamente el 90 por ciento.
Por otra parte, el país tiene un sistema de acuerdos de libre comercio que cubren el 70 por ciento de su comercio. Dichos acuerdos incluyen cláusulas adicionales que facilitan la resolución de conflictos, especialmente en las áreas de barreras fitosanitarias y técnicas. Asimismo, los principales productos -minerales, forestales, agroindustriales- que exporta nuestro país enfrentan relativamente pocas presiones proteccionistas en los mercados de destino, en comparación con las exportaciones de otros países. En fin, la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales (Direcon) es eficiente en resolver los conflictos con nuestros socios comerciales, aunque los casos que le han tocado corresponden a dificultades localizadas, y no al proteccionismo más global que podríamos enfrentar.
Dados estos factores, Chile está en una situación sólida si la ola proteccionista es pasajera. Pero si el proteccionismo se transforma en algo permanente, no hay mucho que podamos hacer. El costo de readaptar nuestra economía a un mundo menos abierto sería enorme: durante la transición, muchas inversiones de las últimas décadas resultarían inútiles, y en el largo plazo seríamos más pobres y creceríamos menos. Siendo así, el desarrollo chileno requiere indispensablemente que no se reviertan las condiciones de un mundo globalizado y abierto.
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Fuente:elmercurio.com
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Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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