La llamó en cuanto supo que Insulza se había bajado. Al poco rato, se juntaron en Hindenburg y hablaron a fondo de la nueva candidatura presidencial. Como a fines del 92, pero intuyendo que las cosas no van a ser como en el 93. Esa vez, ella estaba segura de la victoria; ahora, le manifestó sus dudas.
Que Curicó Unido haya llegado por fin a la primera división es un buen augurio, dijo ella, pero lo nuestro no parece tan novedoso, agregó.
Él la tranquilizó. Desde su proclamación oficial en adelante, le aseguró, mostrará todo su potencial. "Soy el mismo, pero soy otro", acotó con frase mística. Como ejemplo, le contó que volverá a citar a Maritain, que eso le traerá fuertes adhesiones. Ella, estupefacta, le argumentó que al francés ya no lo conoce nadie y que los pocos que lo recuerdan no le hacen ningún caso, que alguien le había dicho que el cristianismo y la Democracia Cristiana son parientes, pero que hace años que no se visitan.
"Mi linda", la interrumpió él, "con esta frase de Maritain nos basta: Lo único capaz de dirigir la obra de regeneración social es un ideal político de justicia y de fraternidad cívica que, si bien requiere fuerza política y elementos técnicos, ha de estar inspirado por el amor". Ella la encontró muy vaga, poco concreta. "De eso se trata", acotó él, "no decimos nada y lo decimos todo; calmamos a los agnósticos y reencantamos a los creyentes". Ella lo encontró genial (a los dos).
Pero entonces se acordó también de que para ganar hará falta pactar con la izquierda dura y eso, le dijo, a los DC antiguos no les gustará. Él volvió a tranquilizarla; tomándole las dos manos, le susurró: "Será un pacto por omisión, por o-mi-sión; la ganancia es total: nosotros no vamos en contra de ellos y ellos sí vienen en nuestra ayuda; ellos sacan dos o tres diputados; nosotros volvemos a La Moneda". Ella consintió.
Adelantándose a una nueva objeción, él le dijo: "Me imagino que te preocupan los Príncipes". "Por cierto", exclamó ella, "¿cómo negarles su hora?" Él se remontó entonces al pasado y le recordó que los Orrego, los Undurraga y los Pérez sólo bordean los 40 añitos, edad en la que él aún estaba de lleno dedicado a la actividad empresarial. "Que esperen, que esperen, porque hay varias generaciones en el partido antes que ellos en la escala de acceso al poder; nosotros ya lo experimentamos con don Pato el 89, ¿te acuerdas?" A ella no le gustó el recuerdo, pero sí la conclusión: que esperen, que esperen.
Pero mientras se repetía interiormente esa consoladora consigna, ella se sobresaltó y preguntó: "Y esta crisis que viene, ¿no irá a ser como la asiática, no?" A él no le gustó nada la comparación, pero supo darle la vuelta. La miró con decisión y le manifestó que en el manejo de la coyuntura, ella lo ayudaría más que nunca, porque es cierto que con la Hillary ya eran amiguis el 99, pero ahora, con poder, cuánto más importaría ese cariño. Por eso, si hubiera cualquier problema, él hablaría con Obama y ella, con la Clinton.
Esa confianza inflamó el corazón de ella, pero aún le quedaba una última pregunta. "¿Y cómo lo haremos para ganar, cuando todas las estadísticas y todas las encuestas dicen que la DC viene bajando y bajando y que terminará por hundirse?" En esto, él sí que fue enérgico, rápido, clarito de mente y de palabra. Le dijo que es justo al revés, que no se le olvidara que en diciembre tres de los cuatro candidatos provendrán del mundo democratacristiano, que el electorado estará en esa sintonía y que él es el genuino, el de la marca registrada. Ella lo interrumpió horrorizada: "¡Pero, Eduardo, si eso lo dijo Longueira, y en broma!"
Rodrigo González Fernández
DIOPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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