No defraudó Felipe VI en su mensaje de proclamación como rey. Impecable en el fondo y en la forma, con un lenguaje claro y directo, el monarca abrió al puerta hacia un tiempo nuevo y hacia una Monarquía distinta, desde el respeto hacia el pasado, encarnado por su padre, don Juan Carlos, ausente en la histórica ceremonia. "Hoy comienza el reinado de un rey constitucional", dijo en los primeros párrafos de su alocución, posiblemente los más sinceros y certeros, los más comprometidos, quizás los más personales.
Salvo los nacionalistas recalcitrantes, que le negaron el aplauso, la ultraizquierda y los secesionistas republicanos, que le negaron su presencia, el discurso del joven rey fue acogido con una aceptación notable, no exenta de cierta sorpresa por la claridad de algunos conceptos y por la introducción de ciertos elementos poco frecuentados durante la etapa anterior. En las horas previas a la gran jornada, habían circulado todo tipo de versiones y rumores, desde el anuncio de una reforma constitucional a la mención expresa de un horizonte de singularidad para Cataluña. Mero artificio. El rey se ciñó a un libreto ajustado pero se adentró en unos territorios que resultaron distintos a lo hasta ahora escuchado.
Necesidad y utilidad
El reconocimiento de la Corona sólo tiene sentido si es consciente de sus raíces constitucionales y parlamentarias. Es una Institución emanada de la soberanía nacional, representada en las Cortes. Lejos de ello, sería un elemento anacrónico y discordante. Este fue uno de los puntos de mayor relevancia. La función de la Corona y la justificación constitucional de su existencia en unos momentos en los que su credibilidad está comprometida y su continuidad aparece bajo amenazas.
Consciente de que la institución necesita recuperar esa dignidad y ese prestigio ahora casi ausentes, esgrimió una frase de recordatorio imprescindible: "La Corona puede y debe seguir prestando un servicio fundamental a España". En otras palabras, la institución tiene sentido si es útil y no crea problemas. De ahí su empeño en perfilar un futuro distante con lo anterior y una apuesta drástica por la renovación. No utilizó la palabra 'regeneración' que, al parecer, no le agrada como manoseado vocablo.
"Hoy comienza el reinado de un rey constitucional", dijo en los primeros párrafos de su alocución
El reconocimiento de la necesaria separación de poderes y de la independencia de la Justicia, ante un Rajoy y Rubalcaba allí presentes, que acaban de aprobar una reforma del Consejo General del Poder Judicial en la que el poder político nombra y cesa a su antojo a los miembros del Gobierno de los jueces fue otra mención inesperada y relevante. Sin una Justicia independiente no hay democracia que merezca tal nombre. "Nadie está por encima de la ley", dijo en su día su predecesor. Felipe VI ha sido más contundente y explícito. Y más creíble.
Honestidad y transparencia
Ejemplaridad, principios morales y éticos que "los ciudadanos nos demandan" fue la respuesta del rey al sentimiento de distancia creciente de una sociedad hacia sus representantes públicos, tanto políticos como empresarios, banqueros y funcionarios. "La ciudadanía ha de observar en la Monarquía una conducta íntegra, honesta y transparente". Punto sensible que requiere una traducción inmediata de las palabras a los hechos.
"En esta España unida y diversa cabemos todos". La esperada referencia a la unidad, en presencia del presidente de la Generalitat catalana y el lehendakari no dejó lugar a interpretaciones. Ha evitado ambigüedades pero también compromisos contundentes. Felipe VI ha tenido la habilidad de subrayar el respeto a las lenguas oficiales, con menciones a Machado, Espriu, Aresti y Castelao pero, por encima de todo, a Cervantes. Su despedida al dar las gracias en castellano, catalán, euskera y gallego a unos les pareció superfluo, a otros excesivo, a los nacionalistas, mero adorno insuficiente. Pero lo dejó dicho. Quizás sea un guiño o el anuncio de algo. También aquí se anunció un sendero cuyo horizonte está por diseñar.
"En esta España unida y diversa cabemos todos", fue la esperada referencia a la unidad realizada por Felipe VI
Y finalmente, un recuerdo imprescindible a las víctimas del terrorismo, olvidadas en los últimos tiempos, preteridas, ninguneadas, manipuladas y hasta humilladas. El primer acto oficial de rey, mañana mismo, será mantener un encuentro con este colectivo. Un gesto sin más interpretaciones que la voluntad de zanjar una deuda colectiva en un país que ha vivido durante cuatro décadas el terrorismo más cruel y sanguinario de Europa.
Anhelos de futuro e invocaciones al optimismo en pro de una "España renovada". Los ciudadanos como "eje de la acción política" con un Jefe del Estado "leal y dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar" y con un rey que, como señala la Carta Magna, ha de facilitar "el cauce con los demás órganos constitucionales y territoriales" para el mejor entendimiento entre los españoles.
Felipe VI ha pasado página. Y hasta capítulo. Pero, como decía recientemente Rajoy, "el libro sigue siendo el mismo". La diferencia radica en los ojos que lo leen y en la voluntad de interpretarl