The Economist
Viernes 22 de Enero de 2010
Gobiernos cada vez más grandes: ¡Deténganse!
The Economist
Luego de la elección senatorial en Massachusetts, el foco de la atención inevitablemente estará en lo que significa para Barack Obama. El impacto en el Presidente demócrata de la pérdida del sillón del fallecido Ted Kennedy a manos de los republicanos será, sin duda, significativo.
Aunque el resultado podría ser recordado como un mensaje más profundo, como un gruñido de hostilidad al creciente poder del Estado.
La fuerza política más vibrante en Estados Unidos es un pequeño movimiento anti-impuestos. Incluso la gente de izquierda de Massachusetts está preocupada de que el gasto de Obama -especialmente por su aún no aprobado proyecto de reforma a la salud- dispare el déficit.
En Gran Bretaña, donde las elecciones usualmente son competencias por el gasto, este año la contienda se disputará respecto de dónde recortar. Incluso en regiones tradicionalmente estatistas como Escandinavia y el sur de Europa, el debate está comenzando a emerger sobre el tamaño y la efectividad del Estado.
Hay tantas buenas como malas razones de por qué el Estado está creciendo, pero la tendencia debe ser revertida. Hacerlo así probará ser sumamente difícil. Pero los electores, tal como en Massachusetts, eventualmente se rebelan, y esas expresiones de furia de los votantes probablemente definirán la política en los años que vienen.
Cómo crece y crece
La razón inmediata para el aumento del Estado es la crisis financiera. Los gobiernos han gastado trillones apuntalando bancos y ahuyentando la depresión. En algunos países ahora juegan un gran rol en el sector financiero, y gracias a los planes de rescate, los estímulos y la recesión, la proporción del PIB que explica el gasto del Estado y el déficit fiscal se ha disparado.
Pero el auge del Leviatán es una historia más larga y prolongada. Mucho antes que AIG y Northern Rock terminaran bajo custodia del Estado, los gobiernos han estado creciendo rápidamente. Eso fue especialmente cierto en Gran Bretaña y Estados Unidos, los dos países donde "el fin de los grandes gobiernos" fue declarado en los '90. George Bush impulsó el gasto más que cualquier Presidente desde Lyndon Johnson.
Otro caso es el frugal inicio que tuvo el gobierno laborista en Gran Bretaña: la participación del Estado en el PIB ha crecido desde 37% en 2000 a 48% en 2008 y 52% en la actualidad.
En algunas zonas del norte de Gran Bretaña ahora representa una parte de la economía que es mayor a la que había en países comunistas del viejo bloque oriental. El cambio ha sido menos dramático en Europa continental, pero en la mayoría de esos países el Estado ya representa alrededor de la mitad de la economía.
Se espera que la demografía lleve el gasto público más allá. El envejecimiento de la población consumirá aún más gasto público en salud y mayores pensiones. A menos que alguien ponga coto, estos derechos consumirán en 15 años un quinto del PIB de EE.UU., comparado con el 9% de la actualidad.
Más regulaciones
El aumento del gasto no es la única manifestación del creciente poder del Estado. El aumento de las regulaciones también es parte de ello. Los conservadores tienden a blasfemar la creciente maraña de regulaciones en estamentos supranacionales indeseados. Ellos tienen un punto. Pero los votantes, incluyendo aquellos de derecha, con frecuencia demandan intrusión del Estado (basta ver las "guerras" contra el terror y las drogas). El Presidente Bush agregó un promedio de mil páginas en regulaciones federales cada año mientras estuvo en el cargo. E.UU. ahora tiene cerca de un cuarto de millón de personas ideando e implementando reglas federales.
La globalización, lejos de reducir el Estado, con frecuencia ha terminado por impulsarlo. La mayor inseguridad laboral entre los votantes de clase media ha incrementado la demanda por un colchón más seguro.
Enfrentados por las fallas del mercado global, como el cambio climático, los electores han demandado una respuesta pública. Y la aparición de nuevos poderes económico, especialmente China, ha generado un mayor respeto a la vieja noción del capitalismo estatal: cada vez más las compañías más grandes del mundo son estatales y cada vez más los mayores inversionistas a nivel global son fondos soberanos.
Hay muchas dificultades para quienes deseen reformar el Estado. Una es el peligro que representa la fragilidad de la economía mundial, ya que aún es necesario el estímulo fiscal para evitar una nueva caída. Otro peligro consiste igualar "pequeño" con "mejor". Como la tragedia en Haití demuestra, los países necesitan un Estado de cierto tamaño para trabajar, y más gobierno puede ser bueno.
Poder en los individuos
The Economist, por ejemplo, aprueba que los políticos hayan decidido salvar los bancos, dado que los riesgos de caer en una depresión económica eran altos. En estas circunstancias, los juicios más duros tienen poco sentido.
Pero los prejuicios son todavía útiles, y el prejuicio de este medio es buscar formas de hacer al Estado más pequeño. En parte, se debe a razones filosóficas: preferimos entregar el poder a los individuos, en lugar de a los gobiernos. Pero también hay una dosis de pragmatismo: hay tanta presión para que el gobierno sea cada vez más grande (imperios de burócratas de la construcción, políticos comprando votos, trabajadores del sector público votando por gobiernos que prometen presupuestos más grandes para el sector estatal) que solamente limitando al Estado a su tamaño actual ya significan recortes.
Y hay recortes posibles. En el mundo corporativo, reducir la fuerza de trabajo en 10% es una medida estándar. No hay razón para que los gobiernos no lo hagan cuando es necesario. Suecia y Canadá lo hicieron y continúan siendo países con servicios públicos eficientes.
Los privilegios también pueden reducirse; la forma más obvia, al elevar la edad de jubilación. Y el mundo sería un lugar más verde, más próspero, si los diversos departamentos de agricultura del Occidente desaparecieran.
The Economist abordará estas áreas nuevamente en los próximos meses. Cada una genera diferentes dudas y diversos países necesitarán abordarlas. Pero hay un gran punto que los une: se está librando una gran batalla sobre el Estado. Y, como en otra influyente revolución, el primer golpe se ha dado en Massachusetts.