Por Hugo Mery | |
HOY + MAÑANA | |
Transantiago: todos al Congreso | |
Rechazar el informe de la comisión porque culpa a Lagos sería malentender la lealtad con éste. La aprobación del texto de la Concertación gracias a los votos de la Alianza mostraría que el desorden en las micros, trenes y "esperaderos" del Transantiago se instaló en el Congreso. |
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QUE EL "SUFRIMIENTO" de los usuarios del Transantiago no debe ocultar la "maciza" obra de los cuatro gobiernos de la Concertación puede ser un provocativo tema de debate, pero habría que discutir también otro aserto: ¿Puede la lealtad hacia la figura presidencial de Ricardo Lagos -puesta en pasado y futuro- relativizar la condolencia con esos millones de pasajeros? Es, ni más ni menos, el dilema que se plantea a los diputados oficialistas que deben votar hoy el informe de la comisión investigadora de la cámara baja. La misma pregunta, pero al revés, hay que hacérsela a las bancadas de la oposición: ¿Debe la necesidad de parar a un formidable adversario político anteponer cualquiera otra consideración que no sea la suerte de las víctimas de una política pública fracasada?
Los dirigentes de Renovación Nacional no parecen querer ir más lejos de desear que los autores del Transantiago asuman sus responsabilidades políticas, empezando con el ex Presidente Ricardo Lagos, pero no terminando con la actual Mandataria ni con su ministro de Transportes. La UDI, en cambio, desea judicializar el asunto. El presidente de RN, Carlos Larraín, con esa llaneza suya que puede desarmar los razonamientos más alambicados, llamó a aguardar, espetando: "Nosotros somos un partido político". Un grupo de diputados del ala socialdemócrata de la Concertación ha optado por no pagar los dividendos políticos que se cobran al ex Jefe de Estado. En ellos no sólo prima la lealtad al líder, sino que malentienden esa lealtad.
Si éste se ha empeñado -por instinto personal y político- en no ejercer el deber de autocrítica, seguirlo corporativamente por ese camino puede ser riesgoso no sólo para los referentes que representan, también para el propio líder. Es posible que después de la votación, cualquiera sea el resultado, Lagos por fin haga su esperado "mea culpa", aunque todo hace esperar que lo relativizará, como ya adelantó en su carta con motivos del cumpleaños del PPD. Hace una relativización positiva al decir que "el sufrimiento cotidiano de los santiaguinos con el transporte nos tiene, junto con la autocrítica indispensable, que hacer unir fuerzas para salir adelante".
Pero la relativización puede servir también para ocultar en el conjunto un error descomunal, cuando dice que "la sombras no oscurecen la maciza obra realizada" y acusa a los suyos de plantarse frente a ella con "una pasividad inaceptable".
Lo que tiene que entender el laguismo es que los efectos políticos del Transantiago son devastadores y así lo muestra la notable baja en los índices de popularidad del ex Mandatario, que los tuvo tan altos al dejar La Moneda. A estas alturas lo único que puede revertir la situación es que el equipo que diseñó el plan reconozca sus culpas y que su máximo responsable pida perdón, tal como lo hizo -dos veces- su sucesora, y que un equipo renovado, con el ministro René Cortázar a la cabeza, persevere en alcanzar el éxito inexcusable en el rediseño del sistema de transporte capitalino.
Aducir que el informe "no nos gusta, porque no se enfatiza la responsabilidad de los operadores privados" no sirve a la causa de quien autorizó los términos de los contratos con ellos, llevado por una filosofía licitadora discutible. Tampoco sirve subrayar "el sentido de futuro y la impronta creadora" del estadista, como lo hizo el diputado Fulvio Rossi, colocándose en la misma línea del afectado, quien pidió, rompiendo parcialmente su silencio ayer, situar estas cosas en el largo plazo.
Y aunque no hay que exagerar -porque las movidas de los políticos no siempre son internalizadas por el público-, la aprobación del informe de la Concertación gracias a los votos de la Alianza mostraría que el desorden en las micros, trenes y "esperaderos" del plan Transantiago se instaló en el Congreso. La política pondría en cartelera el siguiente espectáculo: un puñado de diputados laguistas votando en contra, porque se estigmatiza al prócer, en abierto desafío a sus directivas; los colorines haciendo lo mismo, pero por la razón opuesta, y la derecha salvando el informe que no quiso consensuar en comisión, porque no culpaba al ex Jefe de Estado de una "negligencia inexcusable".
Ese maximalismo cedería ante el reproche de que la "impronta creadora" de éste "no estuviese acompañada de un diseño institucional sólido y capaz de concretar la aspiración". Sería la única forma de salvar el trabajo saludable de una comisión investigadora necesaria, donde, por lo demás, la mayoría oficialista supo reprochar al que consideran un gran estadista progresista que cometió "una gran equivocación que no es posible pasar por alto", por no prever las reformas estructurales necesarias para llevar a cabo su ambicioso plan de cambiarle la vida a millones de santiaguinos.
Cuesta creer en la incompetencia de tanto técnico e ingeniero y más de que se haya tratado de un plan premeditado para ahorrar costos y sembrar votos. Más fácil resulta pensar que la soberbia -un rasgo de carácter que suele confundirse con la asertividad- dio paso en las alturas simplemente a la megalomanía.
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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