Cuando los economistas prestigian la astrología
A pocos días del Mensaje Presidencial del 21 de mayo, la predicción sobre el crecimiento económico del país hecha por el Banco Central, que la sitúa entre un 0,75% y un 0,25% para el año 2009, deja instalada de golpe la idea de una recesión y la perspectiva de un aumento de las dificultades económicas para todo el país. Principalmente porque ello augura una mayor contracción de las actividades productivas y una crisis de empleo, que seguramente llegará a los dos dígitos en los próximos meses.
En este escenario, preocupan tanto los impactos de la crisis como la volatilidad en las apreciaciones económicas de nuestras autoridades, en este caso del Banco Central, pues más allá de la prudencia que deben exhibir permanentemente en sus declaraciones, es un hecho que hasta ahora han inducido percepciones livianas sobre ella, asegurándole a la población una especie de blindaje frente a sus efectos.
Lamentablemente la realidad corrige permanentemente sus visiones, haciendo recordar como algo plenamente vigente el dicho de John Kenneth Galbraith de que los economistas han prestigiado mucho la astrología.
En un Foro organizado por el Instituto de Políticas Públicas Expansiva de la Universidad Diego Portales y el Instituto Libertad y Desarrollo, el propio presidente del Banco Central, José de Gregorio, había planteado la alerta al sostener que las estimaciones de consenso sobre la economía mundial a marzo de este año habían caído en más de cuatro puntos porcentuales en relación a septiembre de 2008, lo que no ocurrió ni en el shock petrolero de los años 70' del siglo pasado.
Sin embargo, durante todos estos meses, no sólo en Chile sino en muchos países de la región, ha sido posible observar la persistencia de un optimismo mágico por parte de las autoridades tratando de alivianar psicológicamente los efectos reales de una crisis calificada por todos como estructural.
Por ello, no parece un incentivo a la confianza el comportamiento espasmódico en las opiniones de las autoridades, que ante cada signo de vitalidad económica concluyan que la crisis tocó fondo y ante cada traspié se atribuya a la errática conducta de las personas, como lo hizo José de Gregorio el domingo pasado en un canal de televisión.
No cabe ninguna duda que la economía -de la mano del enorme desarrollo de las ciencias exactas- se transformó en la ciencia más influyente del mundo a partir de los años cincuenta del siglo pasado. Pese a que desde el punto de vista de los fenómenos económicos, especialmente de aquellos de la era global, dista mucho de la autoridad de un sistema absoluto. Más bien los hechos recientes han reducido prácticamente a la ruina su estructura argumentativa, acercándola mucho más a la relatividad y la filosofía de la sospecha.
Por lo mismo, parece necesario moderar las predicciones y expectativas, y desarrollar una percepción un tanto más precavida acerca del ciclo económico actual, ajustando la velocidad y sincronización económica global a las correcciones que hace la realidad local, entre las que están las dimensiones de mercado, las capacidades tecnológicas, los recursos naturales, la potencia financiera y la calidad de la fuerza laboral, el mercado de trabajo y las instituciones políticas.
En el caso de Chile, la clave económica para enfrentar los impactos de la crisis ha sido, y seguirá siendo, la capacidad del Estado para impulsar una política fiscal activa y potente con medidas contra cíclicas que sostengan en el corto plazo la producción y el empleo, y en el mediano y largo, renovaciones e innovaciones significativas en el aparato productivo y la fuerza laboral. Ellas, por lo demás, forman parte de la batería usada en todos los países, y son las que han traído de vuelta la popularidad del Estado como actor económico relevante.
Pero para que tal política funcione se necesita algo más que recursos financieros, que por cierto el país tiene. Hay que conectar las orientaciones fiscales con acciones empresariales y económicas en la base de la sociedad. Hacer que efectivamente las intermediaciones de crédito alcancen a los destinatarios; que las políticas de capacitación no caigan en manos de redes políticas clientelares y se distorsione su objetivo. Y algo que el país no tiene por su incapacidad de implementarlo en todos estos años: sistemas de difusión tecnológica e innovación empresarial y laboral, que permitan hacer de los subsidios una oportunidad de desarrollo y no sólo un ingreso mínimo para contener el impacto social de la crisis. Lamentablemente aquí persisten enormes dudas sobre lo que efectivamente se puede lograr.
No se puede sostener responsablemente que las turbulencias económicas y financieras están quedando atrás, pues si bien en la economía global pudieran apreciarse signos alentadores -que en todo caso son esporádicos y volátiles- el impacto social de ellas se vive localmente. Y tal como están las cifras en Chile, sus efectos golpearán fuertemente la actividad económica y el empleo durante bastante tiempo más.
Fuente:EL MOSTRADOR
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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