Girardi y la felicidad
"Los primeros, los políticos que procuran la felicidad de sus conciudadanos, habitualmente invocan alguna teoría. Siempre tienen algo detrás: una religión, o una doctrina, o una ideología o, al menos, uno que otro sentimiento humanitario, producto de alguna experiencia personal..."
La buena fe hace pensar que la mayoría de los políticos busca que las personas sean felices. O algo así.
Alguno habrá que quiera otra cosa, como la exaltación de su ego o el placer asociado a su poder. Pobre: se comerá frío el plato con que la vida se vengará de él. Se han visto vivos cargando esos adobes.
Los primeros, los políticos que procuran la felicidad de sus conciudadanos, habitualmente invocan alguna teoría. Siempre tienen algo detrás: una religión, o una doctrina, o una ideología o, al menos, uno que otro sentimiento humanitario, producto de alguna experiencia personal.
El senador Guido Girardi postula ciertamente una teoría de la felicidad. Y es meritorio que con frecuencia la exprese, a diferencia de muchos colegas suyos en el congreso -tantos hombres de derecha entre ellos- que prefieren un lenguaje chato y plano.
Girardi se define como ecologista, partidario de los derechos civilizatorios básicos, de la alianza entre las cúpulas partidarias y los ciudadanos. No es poco para estos tiempos de planicie conceptual.
Lo más interesante es que viene procurando desde hace años que su teoría de la felicidad se concrete en la vida de las personas humanas, de los animales y de los vegetales: derechos sexuales y reproductivos, aborto, matrimonio igualitario, medioambientalismo, derechos animales en virtud de su dignidad, estatus de seres sintientes para las plantas, etc.
Pero la teoría de la felicidad subyacente a los planteamientos de Girardi no es en realidad el ecologismo bajo ninguna de sus formas, sino el naturalismo materialista, esa creencia de que existe un solo gran ser cósmico, autogenerado y autodeterminado, en el que aún se expresan algunas fallas de coordinación entre sus diversas manifestaciones, debido a algo así como un proceso de ensayo y error en que la culpabilidad fundamental de los desaciertos la tiene el mismo ser que diagnostica, el humano (porque de los lobitos marinos no se conoce aún teoría alguna sobre el tema).
Si Girardi fuera en realidad ecologista, si tuviera un verdadero logos sobre la tierra, procuraría marcar cada día más las diferencias entre los humanos y el resto de la realidad, justamente para que sean sus conciudadanos los que puedan gozar de "derechos civilizatorios básicos", de acuerdo a la especial dignidad humana, es decir, para que todos puedan nacer; para que, a continuación, los nacidos puedan gozar de la más básica ecología celular, la familia, formada por un padre y una madre; y para que todos puedan crecer alimentándose adecuadamente de animales y plantas.
Gran parte de eso está en Laudato si' , la ecología certera del Papa Francisco; otro poco en la aportación de Eugenio Tironi, en su "La felicidad no es cosa de otro mundo".
Pero Girardi va en la dirección exactamente contraria, va camino de un naturalismo materialista integral, cuyos próximos pasos acercarán sus proyectos al mundo de Huxley. Algo, en todo caso, por ahora no cuadra: la insistencia del senador en el peso de su propia individualidad: "fuimos nosotros, construimos, creamos, somos, pusimos, soy el autor, he presentado, hemos hecho, acabo de presentar": son los modos en que Girardi afirma su actividad creadora, todavía curiosamente fuera del magma cósmico en el que se siente llamado a integrarse. En el naturalismo de su teoría de la felicidad, atención senador, todavía falta disolver a su propia persona como un simple e indiferenciado átomo.
Si no fuera por los enormes sufrimientos que esas tesis ya causan a las personas, si no fuera por el dolor que el propio Girardi podría experimentar como consecuencia de su acción, sería interesante verlo sentado comiéndose ese plato siempre frío.
Alguno habrá que quiera otra cosa, como la exaltación de su ego o el placer asociado a su poder. Pobre: se comerá frío el plato con que la vida se vengará de él. Se han visto vivos cargando esos adobes.
Los primeros, los políticos que procuran la felicidad de sus conciudadanos, habitualmente invocan alguna teoría. Siempre tienen algo detrás: una religión, o una doctrina, o una ideología o, al menos, uno que otro sentimiento humanitario, producto de alguna experiencia personal.
El senador Guido Girardi postula ciertamente una teoría de la felicidad. Y es meritorio que con frecuencia la exprese, a diferencia de muchos colegas suyos en el congreso -tantos hombres de derecha entre ellos- que prefieren un lenguaje chato y plano.
Girardi se define como ecologista, partidario de los derechos civilizatorios básicos, de la alianza entre las cúpulas partidarias y los ciudadanos. No es poco para estos tiempos de planicie conceptual.
Lo más interesante es que viene procurando desde hace años que su teoría de la felicidad se concrete en la vida de las personas humanas, de los animales y de los vegetales: derechos sexuales y reproductivos, aborto, matrimonio igualitario, medioambientalismo, derechos animales en virtud de su dignidad, estatus de seres sintientes para las plantas, etc.
Pero la teoría de la felicidad subyacente a los planteamientos de Girardi no es en realidad el ecologismo bajo ninguna de sus formas, sino el naturalismo materialista, esa creencia de que existe un solo gran ser cósmico, autogenerado y autodeterminado, en el que aún se expresan algunas fallas de coordinación entre sus diversas manifestaciones, debido a algo así como un proceso de ensayo y error en que la culpabilidad fundamental de los desaciertos la tiene el mismo ser que diagnostica, el humano (porque de los lobitos marinos no se conoce aún teoría alguna sobre el tema).
Si Girardi fuera en realidad ecologista, si tuviera un verdadero logos sobre la tierra, procuraría marcar cada día más las diferencias entre los humanos y el resto de la realidad, justamente para que sean sus conciudadanos los que puedan gozar de "derechos civilizatorios básicos", de acuerdo a la especial dignidad humana, es decir, para que todos puedan nacer; para que, a continuación, los nacidos puedan gozar de la más básica ecología celular, la familia, formada por un padre y una madre; y para que todos puedan crecer alimentándose adecuadamente de animales y plantas.
Gran parte de eso está en Laudato si' , la ecología certera del Papa Francisco; otro poco en la aportación de Eugenio Tironi, en su "La felicidad no es cosa de otro mundo".
Pero Girardi va en la dirección exactamente contraria, va camino de un naturalismo materialista integral, cuyos próximos pasos acercarán sus proyectos al mundo de Huxley. Algo, en todo caso, por ahora no cuadra: la insistencia del senador en el peso de su propia individualidad: "fuimos nosotros, construimos, creamos, somos, pusimos, soy el autor, he presentado, hemos hecho, acabo de presentar": son los modos en que Girardi afirma su actividad creadora, todavía curiosamente fuera del magma cósmico en el que se siente llamado a integrarse. En el naturalismo de su teoría de la felicidad, atención senador, todavía falta disolver a su propia persona como un simple e indiferenciado átomo.
Si no fuera por los enormes sufrimientos que esas tesis ya causan a las personas, si no fuera por el dolor que el propio Girardi podría experimentar como consecuencia de su acción, sería interesante verlo sentado comiéndose ese plato siempre frío.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
Diplomado en Gerencia en Administracion Publica ONU
Diplomado en Coaching Ejecutivo ONU(
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Santiago- Chile
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