29 ABRIL 2013
A propósito de los 70 años de la Universidad Iberoamericana vale la pena recordar lo que señaló en la Ibero el escritor e intelectual mexicano Carlos Fuentes antes de su partida: "Una universidad es un lugar en el que se dan cita no sólo lo que ha sobrevivido, sino lo que está por vivir, lo que está por nacer en una cultura. Para que la cultura viva se requiere un espacio crítico donde se trate de entender al otro, no derrotarlo; espacios universitarios como éste [la Ibero] en los que prive la reflexión, la investigación y la crítica".
¿Para quién investigar?
Entre las imágenes que aparecen a lo largo de este escrito la ética y la responsabilidad social ocupan un lugar central. Las reflexiones son resultado del trabajo que he venido desarrollando con la población joven y adulta con escaso contacto escolar y con las organizaciones de la sociedad civil. La ética y la responsabilidad social, si bien nos lleva a un terreno de filosofía política --que como bien mencionó Pablo Latapí Sarre (1993 y 2009) ocupa un lugar marginal en la investigación educativa en México, a pesar de su importancia en las políticas y las reformas educativas- es fuente de debate y preocupación entre los investigadores cualitativos que colocan como punto de debate el tema de la justicia y la responsabilidad del investigador con los grupos vulnerables.
Dar voz a los sin voz a través del estudio de la población excluida educativa y socialmente, permite considerar la problemática por la que atraviesan grandes sectores de la sociedad mexicana -en este caso- adultos jóvenes, mujeres, indígenas, inmigrantes indocumentados, niños en situación de calle, entre otros. Si consideramos que un porcentaje muy alto de los mexicanos mayores de 15 años no han concluido la educación básica, alrededor de 34 millones de personas, no nos queda sino admitir que para ellos la escuela no representa el espacio privilegiado para su formación y que tenemos una amplia zona que poco conocemos.
A estas personas se les califica oficialmente como "analfabetos", "rezagados" o "Ninis", y los servicios educativos que se les ofrecen son impartidos por voluntarios cuya escolaridad es sólo un poco más alta que las de los adultos a quienes asesoran. Es decir, una escuela pobre para pobres.
Los resultados recientes de una investigación acerca de la Secundaria para Trabajadores indican que esta educación, si bien carente de legitimidad, es más intensa y más efectiva pero infinitamente menos conocida y poco valorada.[la] principal característica es que está conformada su población escolar por alumnos que han sido excluidos, porque trabajan, porque se embarazaron, porque algún día se emborracharon, porque se pelearon, porque son lentos [para aprender], porque son locos, todo aquello que dé motivo de problema, las escuelas los excluyen…
Una pregunta clave es precisamente lo que plantean Fine & et al (2000) ¿Para quién investigar?, señalando que el pensamiento posmoderno ha inscrito a la otredad "nosotros, (el yo)…", lo que ha llevado a preguntarse acerca de cómo representar el problema de la pobreza y la injusticia. La decisión del investigador de dar voz a los sin voz (mujeres, inmigrantes, indígenas y jóvenes) representa un dilema ético y político en el ámbito de la investigación educativa. Es necesario escapar de las categorías esencialistas y de la mirada cuantitativa para escuchar las narrativas de los sujetos excluidos, particularmente aquellas voces que han sido enterradas. La responsabilidad del investigador es escarbar entre lo enterrado socialmente y reconstruir el relato de la otredad, tal como lo relata una alumna de la Universidad Iberoamericana, "a nosotros los indígenas el sistema educativo no nos atrapa, nosotros lo tenemos que atrapar, y una vez que lo tenemos más nos vale no soltarlo". La discusión del texto invita a instalar la otredad en el centro de la investigación educativa, pero también en la agenda y la política pública. No en vano Pablo Latapí publicó en 1964 su primer artículo sobre la Educación y la justicia social para dar cuenta de las injusticias del sistema educativo nacional.
Es innegable la relación entre la investigación y la docencia, que generalmente es un vínculo que con cierta frecuencia se omite o se diluye, pero es parte de la responsabilidad de los académicos, si no logramos comunicar lo que investigamos y también si solamente nos ocupamos de aquellos conocimientos que ya están disponibles y validados. No se puede perder de vista que, como institución educativa, el centro de nuestra actividad es la formación, por eso buscamos interesar a los alumnos en el saber, despertar su actitud inquisitiva, su capacidad de búsqueda y su sed de conocimiento. Si lo logramos, tendremos profesionales comprometidos con las necesidades sociales y nosotros habremos cumplido con nuestra responsabilidad.
fuente: María Mercedes Ruiz Muñoz, especialista en análisis político del discurso educativo. Departamento de Educación de la IBERO.mercedes.ruiz@ibero.mx
Saludos
Rodrigo González Fernández
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