De las generaciones "brillantes"
08.18.2012 | 0 Comments
Publicado en La Tercera, 18 de agosto de 2012
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No hay generaciones que puedan catalogarse así, como no hay colectivo ninguno que lo sea, salvo quizás los doctores en matemáticas del MIT. Sólo hay individuos brillantes y aproximadamente se les encuentra apenas en la proporción de uno a trescientos.
EN la muy larga y reflexiva entrevista concedida por Eugenio Tironi a este diario la semana pasada, quien moduló su voz en un excelente y muy logrado ejemplo del estilo apologético y acompañado además -qué menos- por una fotografía a todo pasto, cuya sombría luminosidad recordó los retratos de Rembrandt, el hombre, inclinado ya a decirlo todo con gran franqueza y honestidad (no leíamos algo así desde las "Confesiones" de San Agustín), tuvo a bien referirse a sus años mozos y a las personas y grupos que fueron coprotagonistas de la saga del Mapu (chicos de buena familia o pequeña burguesía con retortijones espirituales por la Justicia), a todos quienes caracterizó como miembros de número de una "generación brillante".
Tironi no es el primero que lo afirma; no pocos herederos de esa época, hoy ciudadanos en el umbral de la tercera edad y en cuyos veladores hay más frascos de remedios que libros, suelen gozarse y retozar en la misma tibia tina o tesis acerca de dicha supuesta luminosidad, ya sea la de su entera generación o refiriéndose interesadamente a la parte en la que tenían membresía; eso no les impide, algo contradictoriamente, afirmar también que los jóvenes de hoy, en especial los dirigentes, son "mucho más" astutos y sabedores de las cosas de este mundo que los de otrora. Es comprensible; haciendo excepción de Eugenio, quien claramente está en medio de la pista de baile, completamente vigente, vivito y coleando, muchos de ellos se sienten ya algo al margen y los obsesiona cierta insistente comezón por volver a la cancha, donde además sospechan haber dejado caer, años atrás y algo precipitada o precozmente, algunas ideas o valores que ahora desean rescatar. Fuera de eso temen haber cometido perjurios o renuncios innecesarios. A la luz u oscuridad de ese lúgubre recuento les sobreviene gran necesidad o maña geriátrica por redimirse y rejuvenecerse políticamente. Y para esa terapia nada es mejor que refregarse y salpicarse con el fuertón aroma de las palpitantes hormonas de la juventud. Otra cosa es si dicha visión acerca de tanta brillantez y al mismo tiempo la opuesta, aquella acerca de la astucia de las actuales, tiene algún "valor de verdad", como dicen hoy los Cantinflas. Es lo que examinaremos.
Francamente, no…
Si por generación entendemos una cohorte poblacional; esto es, gente nacida, criada y formada en paralelo y que, por tanto, llega más o menos al mismo tiempo a la edad de las posturas y las declaraciones sonoras, dicha tesis acerca de la brillantez es demográfica y psicológicamente falsa. No hay generaciones "brillantes", como no hay colectivo ninguno que lo sea, salvo quizás los doctores en matemáticas del MIT. Sólo hay individuos brillantes y aproximadamente se les encuentra apenas en la proporción de uno a trescientos. Es lo que nos indica la simple observación del "quién es quién" y las curvas estadísticas de distribución de habilidades intelectuales. Muy posiblemente Tironi pertenece a ese selecto y diminuto club, como lo demuestra su trabajo de escritor y su flamante carrera empresarial, así como también pertenece su no menos exitoso amigo y camarada Enrique Correa, el ilustre José Joaquín Brunner y unos pocos más. Sin embargo, como colectivo, la generación del 60 y/o alguno de sus subgrupos fue tan común y corriente como cualquier otra. Disfrutó, es cierto, de la ventaja de que sus miembros llegaron a la adolescencia en una etapa histórica entusiasta, en virtud de lo cual muchos de ellos, si no brillantes, al menos resplandecieron gracias a la poderosa luz que los iluminó y puso en el centro del escenario, lo cual sucedió en masa en el populoso estilo del acto final en las óperas chinas. Les tocó, a esos jóvenes, vivir la emoción y aspiración a un socialismo todavía impoluto y refulgente, la etapa cuando los cambios profundos parecían posibles y la redención completa de la humanidad esperaba a la vuelta de la esquina; todo eso, además, venía envuelto con el colorido envoltorio de una cultura pop novedosa e increíblemente arrogante en su presunción y pretensión. Fue, entonces, la de los sesenta, la generación que tuvo la suerte de creer que iba a hacer la revolución o al menos sacarles las balas a todos los fusiles. Vivieron circunstancias que espolearon sus entusiasmos y los elevaron o al menos los hicieron empinarse. De ahí la ilusión de Tironi.
Los de hoy…
Es necesario, aunque reconocidamente odioso, hacer estos comentarios por dos buenos motivos: poner fin a la mistificación de la brillante y dorada juventud de los sesenta que algunos todavía y porfiadamente sacan de "ejemplo", pero además poner en perspectiva los logros de la actual. Si la generación de los 60 no fue brillante, sino sólo le tocó jugar un papel en tiempos luminosos, la actual, así mismo, es similar en su calidad humana a cualquier otra, pero le ha tocado ser la que salga del "no estoy ni ahí" de los 80 y 90, la que vive y protagoniza la protesta ante la saturación de ciertas iniquidades sistémicas, la convocada en momentos de conflicto, la que llenó la calle e hizo contraste con 20 o 30 años de opacidad y pasividad absolutas. Es eso lo que le presta su resplandor, lo que la reviste con una capa de sentido y gravitación histórica a pesar de la liviandad de la inmensa mayoría de sus miembros, a pesar de que sus intereses están más cercanos a la consola de juegos que a los libros, a pesar de que la mayor parte de sus dirigentes no son más listos y quizás hasta lo sean menos que sus colegas de hace medio siglo atrás, quienes, después de todo, nacieron y crecieron en un ambiente donde leer y razonar era una actividad menos remota que hoy.
¿Qué podemos esperar, entonces, de estos colegiales rabiosos buenos para las tomas y las quemas, de los dirigentes ultras por un lado y por otro de quienes se encaraman en el Congreso a hacer exigencias y reproches a gritos? ¿Y qué esperar de los conciliábulos de "asambleas" pobladas por chicos duros más dados a la Molotov que al raciocinio? Podemos esperar, entonces, lo mismo que salió de la mediática pelotera protagonizada en su momento por los hoy envejecidos jóvenes de los sesenta: mucha mistificación, mucha auto glorificación, mucha violencia verbal y/o corporal, mucho equívoco acerca de medios y fines, muchas historias rosadas y legendarias -que ya se están escribiendo hoy día-, mucha liviandad y afán infantil por la aventura. Y de todo eso, como de la ardiente lava de una erupción, podemos esperar importantes cambios del paisaje, destrucción por un lado y algo de abono en tierra estéril por el otro, demoliciones innecesarias y otras adecuadas, Y podemos esperar al fin de la fiesta la típica cuenta de gastos o factura que la historia presenta siempre en estos procesos: costos desorbitados, esperanzas inmensas, mentiras verdaderas y resultados discretos.
Saludos
Rodrigo González Fernández
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