Carlos Larraín Peña
En tres días, jueves a sábado pasados, volé 5.500 kilómetros y recorrí 400 por tierra entre Iquique y Paillaco, en Valdivia. No es primera vez ni soy el único político que hace lo mismo. No es heroico, pero es sacrificado.
¿Por qué tanto esfuerzo? Para ayudar a mantener un sistema de libertad ordenada por la Constitución, en que la persona y la sociedad se expandan y en que un Estado acotado no se convierta en ogro egoísta y a ratos amenazante.
El empeño vale la pena, pero qué bueno sería saborear algún mayor reconocimiento hacia el pequeño grupo (¿serán 500 personas?) que se desvive por sustentar la postura que va desde el centro a la derecha.
Una reunión partidaria en cualquier región de Chile ¿cómo se valoriza? Es de temer que muy poco porque según el folclor imperante todo lo bueno debe salir del gobierno de turno. Suprema miopía megalómana. Y después se denuncia el Leviatán como si éste no fuera la otra cara de una trama social debilitada.
Impera el manido escepticismo sobre la actividad política, mal definida y permanentemente socavada, en parte por la frivolidad de algunos, en parte por un propósito ideológico mal disimulado y que se resume así: la sociedad y sus mecanismos configuran un engranaje opresivo de explotación implacable a favor de los conocidos de siempre. Nada se saca con decir que en 20 años ha habido cinco presidentes de signos distintos y que en la última parlamentaria hubo una rotación de 30% de los elegidos.
Campea sin restricciones la caracterización simplista de un sistema general "arreglado", como una ruleta de casino, sin que esa noción sea cuestionada por parte de los híper analíticos y, peor aún, sin reacción perceptible de quienes se podría esperar algún ademán de afirmación de las muchas cosas valiosas que actúan en la sociedad chilena. Hay, sin duda alguna, muchas iniciativas benéficas, educativas o asistenciales, pero ninguna de esas organizaciones puede operar en un vacío o merma político-institucional. Quien crea que Chile está por "encima de" o que dejó atrás las convulsiones sociales, aparte de ser arrogante, es ciego, ignorante y, además, tonto.
Hay algunas personas responsables y generosas que apoyan la actividad política, pero son pocas. La mayor parte de los más provistos se dedican infatigablemente a la acumulación como si la vida se les fuera en eso. ¿Dónde están los grupos de profesionales que dependen más que nadie de lo que significa y puede generar la amplia libertad de enseñanza que la Constitución asegura, la de emprender, la de creencia, la de movimiento y también la de asociación y de elecciones? No se les ve por ninguna parte en la esfera política: ¿En grupos de estudio de la realidad nacional? ¿Contribución a la operación de los gobiernos locales? ¿Pagar una cuota periódica? ¿Participar de veras en la vida política? Ni pensarlo; pide mucha paciencia y, por lo tanto, tiempo. Así las cosas, ese sector debiera enmudecer y dejar que las pocas decenas de personas que se interesan sinceramente por la política, hagan lo que puedan. Pero ni siquiera se consigue eso: un respeto mínimo.
Mientras tanto, entre nosotros operan grupos que preparan un cambio brusco y para mal de la realidad chilena. Cuando la "protección social" pasa a ser el impulso central de un gobierno de centroderecha es inevitable que el tamaño del Estado siga creciendo. Procede preguntarse quién administrará un Estado así potenciado. Se deroga la Constitución y convocada una constituyente ¿quién la integrará? ¿Más impuestos y menos empleos? ¿Más autonomía de personas y grupos o más dependencia del gobierno paternal? ¿Mejores sueldos o más asistencialismo dirigido por burócratas? En síntesis, ¿más Alemania o más Grecia?
No nos quejemos luego de que aparezca él o la líder que todo lo resuelve sin pasar por ningún filtro o escuela cultural, social o política, cosa muy difícil cuando esta noble actividad se devalúa. Ejemplos hay muchos y los resultados rara vez son buenos. Pero la inclinación de la ciudadanía por las recetas rápidas es incontenible y nunca olvidemos que Chile es de los países en que más calmantes se consumen (sin receta). Termino pidiendo disculpas si incomodo, así sea un poco, a los instalados
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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