Nuevos ciudadanos críticos... políticos sordos
Entre las protestas y manifestaciones que marcan el 2011 a nivel mundial, las nuestras pasan piola. No hemos iniciado una revolución violenta y ya no tenemos un dictador que derrocar; tampoco nos han incendiado manzanas enteras en los barrios altos. Aunque la prensa internacional se ha preguntado repetidas veces -dejando preocupados a algunos sectores económicos- "¿qué les pasa a los chilenos?", tampoco se le ha dado muchas vueltas al tema.
Lástima. Si la prensa extranjera se fijara más en lo que está pasando en Chile, quizá tomaríamos nuestras protestas más en serio. Porque estamos escondiendo la cabeza, creyendo que si se soluciona el conflicto estudiantil, se acaba el problema.
Los estudiantes llevan meses en la primera plana. Han organizado un movimiento social ejemplar, democrático y creativo, que entrará en los anales de la historia chilena. Pero, más allá de todo lo que se discute respecto de las reformas educacionales, escuchen los temas de fondo: mayor equidad en todos los ámbitos, igualdad de oportunidades, reforma del sistema político, reforma fiscal y laboral. Si consideramos las demandas del movimiento anti-Hidroaysén, se agrega la preocupación medioambiental. ¡El medio listado! ¿No les suena a descontento social?
El gobierno y el mundo político en general han hecho oídos sordos. No nos queda otra que considerar el tema fiscal, dicen. Pero tratemos de contenerlo. Sólo hablemos de cómo se puede financiar una mejor educación. Quizás también vamos a tener que considerar reformas políticas. Hasta hay murmullos de una reforma laboral. Pero vamos por partes y con mucho cuidado. Si no, vamos a asustar al establishment y espantar a nuestros inversionistas extranjeros.
Lo siento. Ya llevamos demasiados años escuchando esas excusas. Analicemos en serio.
Empecemos por la violencia. En Inglaterra, los disturbios generaron un profundo cuestionamiento de la sociedad. Se debatieron los temas que llevan a tales incidentes: la pobreza, la inserción laboral de los jóvenes, la cohesión social y la política social misma, que parece ser una herramienta mundialmente inefectiva para combatir estos fenómenos; se preguntaron si la sociedad se había quebrado.
¿Por qué en Chile no nos hacemos las mismas preguntas? Acá, los repetidos incidentes violentos parecen ser simplemente otro capítulo en la teleserie que nos presenta una dosis diaria de infotainment. Parece que nos entretiene más mirar con cierto horror y mucha resignación cómo vuelan las piedras y las molotov hacia los carabineros, que discutir los temas de fondo. Recuerdo las mismas reacciones atónitas durante otras protestas o frente a los saqueos después del terremoto.
Así es la vida en una sociedad desigual, sin cohesión social. La rabia, la violencia y la delincuencia son parte del curso no más. Reprimámoslas, mejor. Más actitud autoritaria del gobierno, más carabineros. Y si todo falla, pidámosles a los militares que nos echen una mano.
En las reacciones de las autoridades surgen patrones de comportamiento de antaño. ¿Acaso los Carlos Larraín de este mundo se preguntan qué se podría hacer para evitar estos periódicos brotes de violencia? ¿Los Antonio Colomas se hacen la pregunta de por qué hay dos Chiles: los que quieren trabajar y los que quieren dejar la embarrada? ¿Entenderán lo que significa cohesión social?
Todos sabemos que los jóvenes en las poblaciones están juntando material para darnos este año un 11 de septiembre para recordar. ¿Se nos ha ocurrido que estos vándalos están incendiando nuestra complacencia y auto-satisfacción con nuestro alabado modelo socioeconómico porque a ellos no les genera oportunidades laborales atractivas? ¿Se nos ha ocurrido que si estos mismos jóvenes tuvieran algún stakeholdership en su propio futuro, o al menos alguna visión para su futuro, no estarían armando este despelote?
Se siente poco debate. Entre el discurso oficial y los medios, nos cuentan cuentos chinos. Nunca he estado tan consciente de la manipulación como cuando mis amigos de los canales de televisión extranjeros me contaron lo que realmente estaba pasando durante los dos días de paro de la CUT: protestas, barricadas y cacerolazos en Vitacura, Las Condes, La Reina, Macul, Puente Alto hasta Huechuraba. El paro no fue un fracaso. Al contrario, el respaldo de la población fue masivo. El gobierno le bajó el perfil a las protestas con éxito.
Los chilenos están expresando sus frustraciones y mostrando sus ganas de comunicarlas. Parece que ahora tienen harto más ganas que durante el gobierno de la ex-Presidenta Bachelet o que en las elecciones del 2009, cuando un político relativamente desconocido capturó un 20% de los votos.
Una vez destapada la caja de Pandora, anda saber qué saldrá. Es bien posible que este tipo de protestas no sean transitorias o únicas. La experiencia internacional nos enseña que el crecimiento económico y mejores niveles educativos llevan a mayores demandas por más democracia y nuevas aspiraciones sociales. Los chilenos se han convertido en "ciudadanos críticos", siguiendo la terminología de la renombrada socióloga de Harvard, Pippa Norris. Y hay algunos marginados que simplemente aprovechan la situación para ventilar sus frustraciones. Eso es normal; lo anormal es que los políticos de una democracia, con muy pocas destacadas excepciones, se hagan los lesos y no aprovechen la oportunidad para discutir temas de fondo, empezando por la pregunta ¿qué sociedad queremos?
Veinte años de indudables y reconocidos avances socioeconómicos, aunque bajo las restricciones políticas de una transición interminable, han cambiado a Chile mucho más de lo que la elite política quiere reconocer. Estamos frente a una profunda crisis social y política que requiere un diálogo nacional. Aunque logremos cambios estructurales en el sistema educacional que mejoren su calidad y el acceso a oportunidades, estos se demorarán al menos 20 años en manifestarse. Nadie tiene ganas de esperar otros 20 años por más justicia social. Ha llegado el momento de construir una visión de largo plazo. No faltan los ejemplos internacionales que han logrado desarrollarse generando cohesión social. No hace falta que reinventemos la rueda. Porque hemos avanzado mucho durante las últimas décadas, Chile ahora tiene toda la capacidad -económica, política e institucional- para construir cohesión social.
Si no logramos satisfacer las demandas por cambios estructurales, estamos posponiendo la próxima explosión de descontento social. ¡Y si todavía hay algunos que no se convencen, cierren un momento los ojos e imagínense a Camila Vallejo en cinco años como la nueva líder de la CUT!
* Kirsten Sehnbruch es académica de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Esta entrada fue publicada en la versión impresa de hoy de The Clinic.
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Foto: Robpatrick / Licencia CC
Saludos
Rodrigo González Fernández
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