La democracia en peligro
Millones de alienados y corruptos en todo el mundo son incapaces de percibir hasta que punto están deterioradas la democracia y la convivencia. Son tan ingenuos que creen que la democracia se conquista, se instaura y se posee, cuando lo cierto es que hay que luchar cada día por conservarla, a veces en un cuerpo a cuerpo dramático con el poder degradado, que puede costar la vida.
La capacidad crítica y la rebeldía contra el poder establecido se han convertido en los dos rasgos dominantes de los verdaderos demócratas en este nuevo siglo.
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La capacidad crítica y la rebeldía contra el poder establecido se han convertido en los dos rasgos dominantes de los verdaderos demócratas en este nuevo siglo.
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Es cierto que tras la caída del Muro de Berlín y el fracaso del llamado "Socialismo Real" la democracia ha vivido un auténtico "boom". Hoy, la etiqueta de "democracisa" es imprescindible para cualquier sociedad que quiera competir y prosperar en el mundo desarrollado. Al menos 32 países han pasado a engrosar las filas de la llamada "democracia" en las últimas tres décadas. Sin embargo, a pesar del "boom", el portentoso crecimiento constante de las voces críticas que denuncian el mal funcionamiento de esa democracia y que demandan una regeneración se ha convertido, quizás, en el fenómeno político mundial más destacado de comienzos del siglo XXI.
Los partidos han acaparado demasiado poder y marginan sis escrúpulos al ciudadano, cuya única participación en la "democracia" degradada se limita a elegir listas que les imponen desde arriba los que mandan. Los gobernantes ya no pretender servir al pueblo, sino controlarlo y servirse del Estado para acumular poder, privilegios y riqueza. Los gobiernos, que asumen con descaro, como primera prioridad, mantenerse en el poder, están distanciados de los ciudadanos y los ciudadanos expresan su rechazo a las castas políticas despreciando la ceremonia electoral, incrementando la abstención y el voto en blanco. Las castas políticas, atrincheradas en el poder, disimulan la afrenta del desprecio ciudadano y siguen considerando legitimas unas victorias electorales que son claramente pírricas y vergonzantes. Para colmo de males, muchos gobiernos gobiernan al margen de la opinión pública y, más allá de las declaraciones constitucionales, procuran estar fuera del control de las cámaras legislativas y del poder judicial, lo que invalida el Estado de Derecho.
Algunos, desde el pesimismo, afirman que nos dirigimos hacia el fin de la democracia y hacia la instauración de nuevas y sofisticadas dictaduras sin ciudadanos, mientras que otros, más optimistas y esperanzados, hablamos de una rebelión de los ciudadanos que hará retroceder a la "casta" podrida de políticos sin alma que se ha apalancado en numerosos gobiernos del planeta.
Hay casos extremos, como el de España, donde la sociedad ha sufrido escándalos y golpes de enorme capacidad desmoralizadora, que también han dañado profundamente el sistema democrático: los crímenes del GAL, los papeles del CESID, la propiación indebida de los fondos reservados, la financiación ilegal de los partidos políticos y la catarata de corruptelas y enriquecimientos que han quebrado el prestigio y el respeto de la clase política, entre otros muchos.
Los golpes demoledores contra la confianza ciudadana y el mismo sistema se han agravado cuando la ciudadanía ha comprobado que desde las instancias del poder político muchas veces se ampara a los amigos que violan la ley y no se lucha eficazmente contra la corrupción, ni se ha favorecido el esclarecimiento de los delitos y desafueros, sino todo lo contrario.
Pero lo que realmente convierte en letal la crisis del sistema es que el drama y el deterioro sólo son visibles, al parecer, para algunos miles de demócratas, que son impotentes para corregir o solucionar la crisis. Los políticos y las masas, cada día más incultas, sometidas y fanatizadas, no pueden o se niegan a reconocer el drama del sistema y el enorme vacío polítiico, intelectual y social que nos embarga.
El deterioro del sistema ha llegado a ser tan dramático que ya no hay salida sin cambios profundos y sin una intensa revolución ética, que, por supuesto, tendrán que hacerla los ciudadanos, no los partidos políticos, controlados por líderes ineficientes, alineados y millonarios, cada día más arrogantes y demasiado contaminados y degradados para ser demócratas.
Los partidos han acaparado demasiado poder y marginan sis escrúpulos al ciudadano, cuya única participación en la "democracia" degradada se limita a elegir listas que les imponen desde arriba los que mandan. Los gobernantes ya no pretender servir al pueblo, sino controlarlo y servirse del Estado para acumular poder, privilegios y riqueza. Los gobiernos, que asumen con descaro, como primera prioridad, mantenerse en el poder, están distanciados de los ciudadanos y los ciudadanos expresan su rechazo a las castas políticas despreciando la ceremonia electoral, incrementando la abstención y el voto en blanco. Las castas políticas, atrincheradas en el poder, disimulan la afrenta del desprecio ciudadano y siguen considerando legitimas unas victorias electorales que son claramente pírricas y vergonzantes. Para colmo de males, muchos gobiernos gobiernan al margen de la opinión pública y, más allá de las declaraciones constitucionales, procuran estar fuera del control de las cámaras legislativas y del poder judicial, lo que invalida el Estado de Derecho.
Algunos, desde el pesimismo, afirman que nos dirigimos hacia el fin de la democracia y hacia la instauración de nuevas y sofisticadas dictaduras sin ciudadanos, mientras que otros, más optimistas y esperanzados, hablamos de una rebelión de los ciudadanos que hará retroceder a la "casta" podrida de políticos sin alma que se ha apalancado en numerosos gobiernos del planeta.
Hay casos extremos, como el de España, donde la sociedad ha sufrido escándalos y golpes de enorme capacidad desmoralizadora, que también han dañado profundamente el sistema democrático: los crímenes del GAL, los papeles del CESID, la propiación indebida de los fondos reservados, la financiación ilegal de los partidos políticos y la catarata de corruptelas y enriquecimientos que han quebrado el prestigio y el respeto de la clase política, entre otros muchos.
Los golpes demoledores contra la confianza ciudadana y el mismo sistema se han agravado cuando la ciudadanía ha comprobado que desde las instancias del poder político muchas veces se ampara a los amigos que violan la ley y no se lucha eficazmente contra la corrupción, ni se ha favorecido el esclarecimiento de los delitos y desafueros, sino todo lo contrario.
Pero lo que realmente convierte en letal la crisis del sistema es que el drama y el deterioro sólo son visibles, al parecer, para algunos miles de demócratas, que son impotentes para corregir o solucionar la crisis. Los políticos y las masas, cada día más incultas, sometidas y fanatizadas, no pueden o se niegan a reconocer el drama del sistema y el enorme vacío polítiico, intelectual y social que nos embarga.
El deterioro del sistema ha llegado a ser tan dramático que ya no hay salida sin cambios profundos y sin una intensa revolución ética, que, por supuesto, tendrán que hacerla los ciudadanos, no los partidos políticos, controlados por líderes ineficientes, alineados y millonarios, cada día más arrogantes y demasiado contaminados y degradados para ser demócratas.
Fuente:http://www.votoenblanco.com/
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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