La puesta en escena del acto de Gernika encierra un sutil calado político
08.05.09 -
La democracia es también una liturgia cívica y la toma de posesión del nuevo lehendakari Patxi López se convirtió ayer en una sucesión de símbolos cargados de significado. De entrada, el acto rebasaba el ámbito del protocolo y encerraba una épica poco frecuente ya en los tiempos actuales. Los símbolos quisieron ser el espejo del cambio que supone la llegada del socialista Patxi López como primer lehendakari no nacionalista y un alegato sobre una visión de lo vasco que pretende enlazar la modernidad y la universalidad con la tradición. Los versos de Kirmen Uribe y de Wislawa Szymborska pusieron el punto poético a una esmerada puesta en escena. Que sirvió, incluso, para reivindicar una visión compleja de lo identitario, «aunque seamos distintos, como dos gotas de agua».
Patxi López prometió en Gernika, icono por excelencia de las libertades vascas. La Casa de Juntas, con el árbol, constituyen un recinto sagrado para muchos, todo un imaginario sentimental, en el que el Gernikako arbola - integrador por excelencia entre nacionalistas y no nacionalistas- volvió a formar parte del legado simbólico.
Por eso y por otras cosas fue una jornada de emociones en canal para muchos compañeros del nuevo lehendakari, que permitió, incluso, algunos reencuentros afectivos. Basta ver el abrazo y las lágrimas entre López y Maite Pagazaurtundua para entender la reconciliación y el orgullo que se produjo ayer en la intimidad de la familia socialista tras años de una dura lucha en condiciones bien adversas. O lo que sintieron muchas víctimas del terrorismo, Para entender la emoción de ayer hay que saber y sentir los desprecios de años atrás.
Su promesa fue también un símbolo de laicismo, no sólo por la supresión de alusiones y símbolos religiosos ante el árbol, sino por la introducción de referencias cívicas: «ante vosotros, representantes de la ciudadanía vasca», y de respeto a la ley. El poder es fruto de la voluntad de la ciudadanía, no es la derivada de la fuerza del mito. Quizá por eso, por primera vez, el Parlamento acompañó al lehendakari en el exterior de la Casa de Juntas ante el árbol.
López prometió su cargo sobre un ejemplar del Estatuto de Gernika, cuyo lomo artesanal en chapa y papel de lino y algodón, con la costura vista, recuerda la posibilidad siempre abierta de transformación y cambio. «Nada está permanentemente atado. Nada es inmutable», rezaba la invitación del acto al explicar la cubierta del ejemplar. Todo un guiño para quien quiera entender qué supone tener una visión abierta y no dogmática sobre el marco jurídico y qué implica defender una manera de sentir e interpretar la cultura constitucionalista. De hecho López prometió y tomó posesión de su cargo con un compromiso de lealtad al Estatuto y «demás leyes vigentes», sin una alusión explícita a la Constitución.
El reto empieza ahora, cuando la poesía de los símbolos de ayer se diluya y tendrá que traducirse pronto en una acción de gobierno, cuando las palabras se plasmen en propuestas concretas, cuando la partitura musical del cambio incorpore letra y números. Cuando el nuevo lehendakari y sus nuevos consejeros se ganen el día a día en el Parlamento, tomen decisiones y asuman riesgos. La labor es ingente y el camino va a estar lleno de obstáculos. La oposición va a poner el foco crítico, y es su papel. Pero esta labor debe reconocer la pluralidad del país, sin visiones agónicas ni esencialistas. Los no nacionalistas no responden a un frente fraguado en los despachos de Madrid sino que son el reflejo de una parte de los ciudadanos y ciudadanas vascos, con los mismos derechos que los nacionalistas. El éxito o el fracaso de Patxi López dependerá de que sea capaz de desarrollar una estrategia de apertura inteligente hacia la sociedad civil mediante un discurso y una práctica de integración real, alejada de extremismos y de sectarismos, conectada con un vasquismo central en el país, no hostil al sentimiento nacionalista, hábil ante quienes le reciben hoy como un intruso con garras y dientes. Elorza entró de forma parecida en la Alcaldía de San Sebastián y lleva 18 años de alcalde.
La política del futuro será cada vez más la política de las identidades compartidas, la de saber tejer entendimientos y complicidades, la de la inteligencia emocional, la que pierde cada vez más complejos ante una sociedad que cada vez más compleja y menos uniforme. Ni en la política ni en la vida.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
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