Fernando Villegas sobre Fernando Flores
Fernando Flores: La traición según los camaradas
Traición es palabra fuerte. Cuando llega a usarse es para acusar de casi el peor delito o trasgresión posible. Los diccionarios, siempre tan parcos, la definen simplemente como faltar y/o engañar la lealtad que otros pusieron en nosotros, pero no describen el estremecimiento de horror provocado por el hecho de que dicha lealtad así burlada es el fundamento de la vida en sociedad. Por eso y para ilustrar la traición, tan quebrantadora, se recurre a muy fuertes y repulsivas imágenes: la ignominiosa puñalada por la espalda o a Judas besando en la mejilla a Nuestro Señor.
Es lo que muchos, desde la Concertación, atribuyen a Fernando Flores. Algunos quizás no hablan de "traición", pero usan la palabra "tránsfuga", término de viejo e ilustre uso en el código de insultos y denuestos de la izquierda. Otros declaran estar al borde de las lágrimas. Y en fin, ¿qué hizo Flores para merecer esos epítetos y esos llantos? ¿Vendió secretos militares? ¿Puso en riesgo la convivencia nacional? No; lo que Flores hizo fue sencillamente dar el paso que lógicamente seguía a todo lo que había hecho y dicho desde que se desgajó de la Concertación por considerarla gastada, corrompida, cansada y ya ajena a las necesidades presentes y futuras del país.
Su primer paso fue co-fundar ChilePrimero con otros "tránsfugas"; su segundo paso, el más reciente, ha sido sumarse a la campaña de Sebastián Piñera.
Con eso Flores no ha hecho, aunque con mucho ruido mediático, sino lo que perpetrarán en unos meses más un número desconocido pero seguramente sustantivo de chilenos. ¿Cuántos son los ex concertacionistas, ex izquierdistas y hasta quizás ex revolucionarios que se aprestan a votar por Piñera en la próxima contienda? De estos ciudadanos decididos a cambiar de rumbo no habrá titulares, pero sus votos no valdrán menos que el de Flores. ¿Son o serán también traidores y/o tránsfugas?
Es evidente que tanto Flores como cualquier ciudadano tiene derecho a cambiar de idea acerca de cómo debe conducirse el país. Y cambiar un modo de conducción del país no es traicionar a este último. La gestión de los asuntos públicos no es un credo ni tabla de valores absolutos, sino cuestión puramente instrumental. Especialmente es así hoy, cuando la Concertación, presunto vehículo de sensibilidades y éticas distintas, no ha hecho otra cosa, durante su existencia, que administrar un modelo sin casi examinar jamás sus fundamentos. Es ella misma la que se ha puesto en ese predicamento y puede y debe ser evaluada por su capacidad técnica para cumplir en ese plano.
No ha ofrecido ni ofrece otras visiones; no ha desafiado el sistema imperante con otra mirada; tarde es ahora, entonces, para exigir de sus miembros de ayer lealtades trascendentales hoy, membrecías eternas, saludos a banderas inexistentes, reverencias a valores desvanecidos.
Decíamos que la traición rompe la solidaridad y apoyo mutuo, bases del orden social. Pero, siendo así, ¿qué clase de sociedades son las que no aceptan la salida y exigen frenéticas lealtades y por qué? Simple: la exigen las basadas en un credo político o religioso dictatorial y la exigen las basadas en el interés. En el caso extremo de las primeras clasifican las sectas religiosas, para las cuales un apóstata entraña peligro de disolución debido a que deslegitima y relativiza los valores por los cuales llegaron a existir y se conserva; en el otro polo está el interés criminal de la mafia o la camorra, que depende de la lealtad entre los mafiosos. Se la llama omertá. La Concertación no es ni una cosa ni otra, pero tiene o tenía o decía tener algunos valores y tiene y definitivamente quiere seguir teniendo y disfrutando sus intereses; de ahí que una renuncia no sea para ella meramente una cuestión de opiniones y juicios cambiantes, como es para Flores y como lo será para otros, sino rompimiento de un pacto de provecho mutuo, ataque visceral a su conservación, amenaza de pérdida de privilegios, de cargos y posiciones, de la comodidad y resplandor del poder. Quizás a eso sea lo que los voceros de la retórica política llaman, en su estilo gagá, "visión de país". A eso es a lo que Flores ha "traicionado".
La "traición", entonces, a menudo habla más del afán de preservación del acusador que de un presunto crimen del acusado. Flores, es claro, no asesinó a puñaladas por la espalda a nadie, sino ha mostrado con el dedo un cuerpo en agonía o ya frío al cual, de ser así, tal vez sería preferible dar cristiana sepultura.
Fuente:http://fernandoflores.cl/node/2298
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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