En su último cónclave, el principal afán de la UDI fue establecer una propuesta de acciones concretas tendientes a mitigar la situación de pobreza en que continúan millones de chilenos. Originales iniciativas en materia de salud, vivienda, educación y otras que se le exigen al abanderado presidencial de la centro derecha para que las incluya en su programa de gobierno a condición del apoyo del gremialismo. Estas ideas en ningún caso podrían ser tildadas de populistas o demagógicas ya que se avienen perfectamente a las posibilidades de una economía que se ha dado el lujo de ahorrar ingentes recursos cuanto emprender millonarias adquisiciones en armamentos. Lo que se explica en las utilidades derivadas del excelente precio del cobre, como de la vigencia de esa Ley Reservada de Pinochet, que le transfiere a las Fuerza Armadas hasta hoy el 10 por ciento de todas las ventas de la más lucrativa de nuestras exportaciones.
De esta forma, es posible que en la contienda electoral sea el acaudalado candidato empresario el que haga la oferta más atractiva en favor de los sectores medios y pobres que en los últimos años sienten todavía empeorar su condición por la crisis financiera internacional. Con ello, es muy posible que la altísima popularidad alcanzada por Michelle Bachelet empiece a diluirse si es que otros sectores políticos resultan más eficientes en proponer y eventualmente atacar las graves desigualdades en el ingreso y en el derecho de todos a una vida digna. Resulta muy curioso que en la oferta UDI no haya apelaciones al "libre mercado" ni a ninguno de los paradigmas neoliberales y lo que se sugiera sea la intervención del estado para producir mayor equidad. Ello contrasta increíblemente con la propuesta de otro candidato izquierdista que aspira a "privatizar" un porcentaje de nuestras empresas estatales como forma de hacerlas "más eficientes".
Desde el oficialismo no surge todavía ningún discurso o programa que no sea darle continuidad a lo obrado en 20 años de gobiernos concertacionistas. Lo que más se expresa es una autocomplacencia que no se condice con los rostros juveniles incorporados a la campaña presidencial ni con las severas desmembraciones que han experimentado los cuatro partidos del sector. Sus dirigentes más bien lucen fatigados, apagados ideológicamente, pero con una resistencia temeraria a ser desplazados de sus cargos y prebendas.
En el abigarrado mundo de expresiones políticas vanguardistas lo que más se expresa es su obsesión por adquirir cupos parlamentarios aunque sea al precio de pactar cuotas de representación con quienes por dos décadas se las negaron. Candidatos presidenciales por doquier que demuestran atomización, falta de grandeza e ideario común. Un loco afán por la figuración personal y la farándula mediática. En ciertos casos, afanados más por lograr reconocimiento y financiamientos desde el extranjero que verdadera adhesión popular. Añosos partidos, grupos y grupúsculos familiares desmarcados dramáticamente de los sindicatos, gremios y esa sólida presencia de organizaciones de base que tienen mucho más convocatoria y han sido capaces de demostrar sólido compromiso con las reivindicaciones estudiantiles, laborales, étnicas, de derechos humanos y otras que pueblan las expansivas movilizaciones sociales que estallan en toda la población abrumada, iracunda y sedienta de una vanguardia política nueva, vigorosa y ética. No en vano algunos temen que de obtener asientos en la Cámara de Diputados, rápidamente se apoltronen en ellos, sus dietas y afán de perpetuarse.
La buena noticia es que la política y el panorama electoral dejan en evidencia los despropósitos del binominalismo, la cupularidad y la patética falta de visión de gran parte de los partidos. Por fin pareciera que el país asume un diagnóstico certero, aunque todavía los pronósticos son muy inciertos. La mala noticia es que, a pesar de la gran cantidad de candidatos que se ofrecen por el cambio, resulta difícil comulgar con sus auspiciosos discursos después de sus prácticas tan contrarias. Por lo que es muy posible que los ciudadanos finalmente se rindan a los demonios conocidos que por conocer. Lo que no es nada de halagüeño, tampoco, para el futuro de Chile y su democracia incipiente.
Fuente:radio universidad de chile
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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