Gonzalo Rojas
Oriente, China, Tíbet, misterios. Mientras más se sabe sobre sus estadísticas, más se ignora sobre su auténtica realidad.
Detrás de los espectaculares números económicos, apenas logran asomarse otros, mucho menos alentadores: índices de contaminación, porcentajes de participación política, tamaño de la familia y de la vivienda, páginas prohibidas en la red, etc. Y, más en el fondo, las estadísticas sobre temas fundamentales para la dignidad humana simplemente desaparecen. ¿Qué se sabe con certeza numérica sobre el infanticidio de mujeres, sobre el trabajo esclavizado, sobre los creyentes encarcelados, sobre las minorías reprimidas, sobre la circulación impedida? La nada y la cosa ninguna.
Superando esa carencia de datos, en algún país por ahí y de vez en cuando, se asoma la denuncia, estalla el escándalo -con frecuencia, farisaico-, se organizan marchas, se firman protestas. A pesar de esas reacciones, obviamente, el gigante misterioso sigue inconmovible, despreciando los daños a su imagen que producen esas filtraciones sobre sus enormes violaciones a la dignidad humana.
El Gobierno de Chile, su servicio exterior, algo sabe, algo conoce, algo intuye sobre esas terribles realidades. ¿Cuánto? Quién sabe cuánto. Pero con total prescindencia de esas crueles verdades, la Presidenta emprende su viaje a China. Antes de partir, evita, omite, se calla.
Algunos dicen que en su pasiva actitud se manifiesta un doble estándar, que ella sólo critica las violaciones a la dignidad humana cuando le conviene. Y para fundamentar esa afirmación, recuerdan otros silencios, otras ambigüedades: Cuba, Chávez, las FARC... Pero esa etiqueta no es la correcta, esa explicación olvida el marco ideológico de la Presidenta, esa rabieta confunde el juego semántico del doble lenguaje que desarrolla el socialismo, con la unidad radical de los propósitos presidenciales. Confunde el doble estándar de los medios con la unidad de los fines.
Porque la Presidenta Bachelet, tremenda novedad, es una rama más (torcida y retorcida, como tantas otras) de esa parte de la humanidad que un día leyó con devoción en la obra de Lenin la sentencia fundamental: sólo es moral lo que contribuye al triunfo de la revolución. Fue en ese árbol frondoso que crecieron las ramas socialistas de los últimos cien años, ciertamente ayudadas por tantos compañeros de ruta que hicieron de tutor del tronco. Ha sido en esa piedra angular donde se han apoyado todos los propósitos de los más variados socialistas chilenos. Es a partir de esa premisa que se han construido todos los dobles lenguajes que muestran u ocultan alternativamente el único propósito, según lo indiquen las circunstancias.
Por eso mismo, la Presidenta Bachelet no tiene dos, simplemente tiene un solo estándar: el triunfo de la revolución en el mundo. Como la Guerra Fría se acabó hace rato, como los propios revolucionarios afirmaron que se habían terminado los socialismos reales, hoy a eso lo llaman liderazgo progresista o superación de las desigualdades, porque de la revolución, mejor ni hablar: podría recordar los crímenes de Stalin, o el genocidio camboyano o incluso... la criminal revolución cultural de Mao.
Semanas atrás causó furia que Carlos Larraín se refiriera a las influencias del pasado germano oriental en la Presidenta. Si le exigieron que pidiera perdón, fue justamente porque había dado en la clave: cuando se ha vivido apoyando a un Estado cuyo único propósito era la revolución, no cabe duda de que la propia existencia ha quedado marcada a fuego, indeleblemente, por esa convicción. Desde esa experiencia europea, ciertamente la doctora aprendió que la vida de los otros puede depender de ella. Por eso fue ministra, por eso es Presidenta; por eso mira con simpatía -silenciosa o elocuente, los lenguajes son sólo medios- la consolidación del socialismo en China, en Chile y en el mundo. Socialismos reales también.
Tiananmen, qué desmentido a esta tesis sería que la Presidenta recordara y reprochara Tiananmen. Porque así como en la conciencia del PRI mexicano aún resuenan los ecos de Tlatelolco, justamente en las vísperas de los Juegos Olímpicos del 68, es probable que en la voz interior de los jerarcas chinos Tiananmen esté en off.
Si es falso que el socialismo cauteriza la conciencia, Bachelet habrá tenido la oportunidad de demostrarlo. Si es cierto, habrá callado sobre Tiananmen y sobre tantas otras cosas, una vez más.
Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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