Italia nos duele
Erika Casajoana | 07/03/2008 - 12:36 horas
Italia vive con desencanto la campaña para las elecciones legislativas del 13 y 14 de abril, anticipadas al perder Romano Prodi una moción de confianza en el Senado el pasado 24 de enero. Como en 1998, su mandato concluye prematuramente por problemas internos en la coalición gubernamental. Ahora Prodi dice basta y que se dedicará a sus nietos.
En un país normal, un ministro de Justicia dimite si su esposa se ve involucrada en un caso de corrupción y él mismo está bajo seria sospecha. Pero en Italia no. Clemente Mastella tuvo la desfachatez de hacer caer a todo el gobierno y pasarse al campo contrario, favorito en los sondeos (aunque esto ya no está tan claro tras las últimas deserciones en la coalición berlusconiana).
Silvio Berlusconi, el septuagenario Cavaliere, tiene mucha responsabilidad en la difícil gobernabilidad del país transalpino. Como primer ministro impulsó en 2005 una polémica reforma electoral que asegura a la fuerza más votada la mayoría en la Cámara Baja. Pensaba que así gobernaría cómodamente al revalidar su mandato.
Berlusconi no previó perder las elecciones de abril de 2006 por 25.000 votos contra la heterogénea coalición de Prodi, un encaje de bolillos abarcando desde demócrata-cristianos de centro hasta el comunismo irredento. El gobierno de il Professore adoleció desde el principio de una exigua mayoría en el Senado y de la falta de cohesión en su coalición.
Una muestra del caos político italiano es que en 2006 se pasó de 14 a 23 grupos parlamentarios. El Congreso español tiene 6, más el mixto. Walter Veltroni, hasta ahora alcalde de Roma y heredero de Prodi como candidato, quiere acabar con la política del chantaje de los micropartidos. Por eso ha fundado lo que quiere ser un fuerte partido de masas de centro-izquierda, el nuevo Partido Demócrata (del que Pasqual Maragall,. ex-presidente catalán e italianófilo convencido, es un proponente incluso a nivel europeo).
Se dice que el tristemente famoso ministro Mastella tumbó al gobierno para evitar la reforma electoral en ciernes contra los privilegios de minipartidos como el suyo, Udeur. Una vez fracasados los intentos para establecer un gobierno provisional que aprobara tal reforma, la ley electoral de Belusconi permanecerá en vigor al menos hasta 2009.
Italia necesita y merece más de su desacreditada clase política. Estos días se ha condenado a un senador que fingió una emergencia médica para que una ambulancia lo llevase puntual a un programa de televisión, sorteando los atascos romanos. Actualmente los ministros y viceministros suman más de 100, una inflación que corre pareja al número de partidos a repartirse el pastel del poder.
Con tantos partidos políticos en la mesa, muchos de ellos con estrechos intereses a defender y ninguna responsabilidad global, resulta casi imposible reducir el gasto público.
Italia vive un rápido envejecimiento de la población, pero su deuda pública todavía supera al Producto Interior Bruto anual. Por contra, la media de la zona euro no llega a los dos tercios. Nadie sabe cómo Italia hará frente al pago de pensiones, y aun así el esforzado intento de Romano Prodi de reformar el sistema se vio dinamitado por sus propios aliados.
El estancamiento económico, la dejadez en sus infraestructuras, la corrupción que no cesa y las montañas de basura en la región de Nápoles avergüenzan a los italianos. La última humillación es que España les haya superado en renta per cápita. Y es que en los últimos diez años, Italia ha crecido una media del 1,4% anual, y España un 3,6%.
El humorista Beppe Grillo ha sabido canalizar masivamente el enfado de los italianos con la organización, el pasado 8 de septiembre, del Vaffanculo Day. Un clarísimo insulto dirigido a toda la clase política. Grillo señala que hay más chorizos en el Parlamento italiano que en el Bronx: uno de cada diez parlamentarios tiene antecedentes penales, mientras que en el barrio neoyorquino son sólo uno de cada quince adultos.
Nadie debería extrañarse si en las elecciones de abril muchos ciudadanos deciden aprovechar la fortaleza del euro y visitar Nueva York, o cualquier otra parte, o incluso quedarse en casa, y dejan que la casta de políticos se apañen entre ellos. Povera Italia.
En un país normal, un ministro de Justicia dimite si su esposa se ve involucrada en un caso de corrupción y él mismo está bajo seria sospecha. Pero en Italia no. Clemente Mastella tuvo la desfachatez de hacer caer a todo el gobierno y pasarse al campo contrario, favorito en los sondeos (aunque esto ya no está tan claro tras las últimas deserciones en la coalición berlusconiana).
Silvio Berlusconi, el septuagenario Cavaliere, tiene mucha responsabilidad en la difícil gobernabilidad del país transalpino. Como primer ministro impulsó en 2005 una polémica reforma electoral que asegura a la fuerza más votada la mayoría en la Cámara Baja. Pensaba que así gobernaría cómodamente al revalidar su mandato.
Berlusconi no previó perder las elecciones de abril de 2006 por 25.000 votos contra la heterogénea coalición de Prodi, un encaje de bolillos abarcando desde demócrata-cristianos de centro hasta el comunismo irredento. El gobierno de il Professore adoleció desde el principio de una exigua mayoría en el Senado y de la falta de cohesión en su coalición.
Una muestra del caos político italiano es que en 2006 se pasó de 14 a 23 grupos parlamentarios. El Congreso español tiene 6, más el mixto. Walter Veltroni, hasta ahora alcalde de Roma y heredero de Prodi como candidato, quiere acabar con la política del chantaje de los micropartidos. Por eso ha fundado lo que quiere ser un fuerte partido de masas de centro-izquierda, el nuevo Partido Demócrata (del que Pasqual Maragall,. ex-presidente catalán e italianófilo convencido, es un proponente incluso a nivel europeo).
Se dice que el tristemente famoso ministro Mastella tumbó al gobierno para evitar la reforma electoral en ciernes contra los privilegios de minipartidos como el suyo, Udeur. Una vez fracasados los intentos para establecer un gobierno provisional que aprobara tal reforma, la ley electoral de Belusconi permanecerá en vigor al menos hasta 2009.
Italia necesita y merece más de su desacreditada clase política. Estos días se ha condenado a un senador que fingió una emergencia médica para que una ambulancia lo llevase puntual a un programa de televisión, sorteando los atascos romanos. Actualmente los ministros y viceministros suman más de 100, una inflación que corre pareja al número de partidos a repartirse el pastel del poder.
Con tantos partidos políticos en la mesa, muchos de ellos con estrechos intereses a defender y ninguna responsabilidad global, resulta casi imposible reducir el gasto público.
Italia vive un rápido envejecimiento de la población, pero su deuda pública todavía supera al Producto Interior Bruto anual. Por contra, la media de la zona euro no llega a los dos tercios. Nadie sabe cómo Italia hará frente al pago de pensiones, y aun así el esforzado intento de Romano Prodi de reformar el sistema se vio dinamitado por sus propios aliados.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RESPONSABILIDAD
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