Sin ética no hay progresismo
Por Oscar López Blanco
Para LA NACION
La participación política ha sido abandonada o está por ser ser abandonada por muchos habitantes de la Nación afiliados a partidos políticos, y numerosos argentinos ya son indiferentes o repudian dicha actividad. Esto se debe a la persistencia de prácticas que ofenden la inteligencia y sensibilidad ético-moral de los afiliados y de la ciudadanía. Esta situación que nos lleva al deterioro de las instituciones, también abarca a los partidos progresistas y merece ser analizada, comenzando con el "deber ser" del mismo (su ideal) contrastándola con su accionar (su realidad).
El partido progresista (o una alianza progresista), como institución que unifica una voluntad colectiva de transformación social, debe ser, en su práctica y su ética la prefiguración de la nueva sociedad que quiere construir: profundizar la democracia y la república y los clásicos principios de igualdad, libertad y fraternidad; a lo que podemos agregar los de justicia social, equidad en la distribución de la riqueza, igualdad de oportunidades en educación, salud, justicia y en los medios de producción, con el mantenimiento de una alta moral social y el ejercicio con responsabilidad de los deberes y derechos que establece el Contrato Social. El Estado como asegurador y garante de su cumplimiento con la participación y el control de la sociedad civil y sus tres poderes equilibrándose mutuamente.
Un partido político no es una mafia, en la que sus componentes tienden al logro de un fin que se agota en el beneficio de cada uno de sus integrantes y sus parientes; el valor implícito es el espíritu de cuerpo y se rige por aquello de que el fin justifica los medios.
En un partido progresista el valor es la solidaridad, es decir, el trabajo en común para beneficio de todos aun para quienes no forman parte del mismo. El partido se proyecta sobre la sociedad toda. Sus dirigentes son elegidos libremente por sus miembros en asambleas o elecciones directas sobre la base de padrones limpios y depurados permanentemente; padrones verdaderos. No es progresista (por más que así se reivindique) un partido con afiliados que no saben que lo son o no lo recuerdan; que sólo fueron afiliados para llevarlos a votar por otros afiliados que ostentan cargos públicos graciables (asesores, colaboradores, empleados del bloque) otorgados, a su vez, por el candidato o representante como gratificación por su actividad punteril y no por méritos reconocidos por todos los afiliados del partido.
Los dirigentes del partido progresista se renuevan en sus cargos y no se eternizan ellos; más aun, ante reiterados fracasos de sus estrategias. Los dirigentes reconocen sus errores y renuncian y vuelven al llano aunque sea temporariamente. De lo contrario ocurre lo que vemos en la actualidad, se crea una burocracia política inamovible.
Los políticos deberían mantener sus trabajos propios de manera que su medio de vida no sea solamente la política, aunque sea a tiempo parcial, ya que vivir de la política lleva a despegarse de la vida cotidiana y a separarse de sus representados. Mientras no se cambien las leyes, deberían realizarlo en forma espontánea, cambiando sus estatutos. De no ser así, se constituyen en el político profesional y la lógica de la situación los lleva a buscar indefinidamente su reelección y, en caso de no conseguirla, pedir la limosna de un cargo público o dejarse cooptar por otras fuerzas, generalmente las que ejercen el poder de turno.
Casos de este tipo hemos visto últimamente, con dolor, en partidos tradicionales con más de cien años de fundación, y en alguno con pocos años. Estas trashumancias hablan de la debilidad de las convicciones y de la desmesura de las ambiciones.
Los dirigentes del partido progresista no se detienen en el cálculo de los cargos que pueden obtener para beneficio individual ni a ello adaptan sus estrategias. El Hombre Nuevo se forja en el interior del partido, en el camino de la acción partidaria hacia el gobierno y hacia el poder, no después. Después ya es tarde.
Los conceptos expuestos a algunos les parecerán ingenuos, difíciles de cumplir, utópicos, maniqueos. Mantengamos en alto la mirada.
Hay que lanzarse al rescate de la República y de sus instituciones. Y entre ellas están los partidos políticos. Existe una tensión dramática entre ética y política. Una búsqueda sin posesión. El camino es una autocrítica implacable y el optimismo de la voluntad.
El autor es médico; fue dirirgente socialista.
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