INTERNACIONAL
En las escaleras del palacio(Crónica política y picaresca, con anécdotas y categorías)
ÁNGEL AZNÁREZ «Pablos, abre el ojo que asan carne»
Francisco de Quevedo
«Historia de la vida del Buscón»
En un precedente artículo citábamos a un escritor político español que ya en el siglo XVII advirtió que, principalmente, las cosas públicas nunca son lo que parecen. Resulta sorprendente que, con tantos cambios de formas políticas desde entonces (del Antiguo al actual Régimen, desde la Edad Moderna hasta la Contemporánea, con teocracias, dictaduras, democracias, monarquías y repúblicas), el fondo-fondo del Poder político sea tan constante, acaso porque constante es la pasión por mandar. De la vieja y arcaica invisibilidad del Poder pasamos a la actual invisibilidad de la Política; eso sí, con mucha propaganda y energías derrochadas para convencernos de lo contrario, con mucho discurso falso sobre democracia y transparencia, con babosa palabrería prometiendo cambios para la caza del voto. (En este momento saco del cajón el festivo matasuegras, lo emboco e interpreto el «Tararí, tararí y tararíii»).
El Poder sigue necesitando la estructura espacial de palacios muy distantes, no pudiendo compartir comunidad con vecinos; sus principales y «sustanciales» reuniones siguen siendo secretas; sigue queriendo ver todo lo de los súbditos, ahora ciudadanos, y él (el Poder) sigue escondido en el escondite, casi como el dios divino («absconditus»). Tiene razón Daniel Innenarity, que en «La sociedad invisible» («El País»,19.02.2002) opone lo que se ve, que denomina superficie estúpida, a lo que realmente sucede, que denomina profundidad siniestra.
Excepcionalmente el Poder quiere que le veamos y nos pide: «¡Miradme, miradme!» Lo que suele ocurrir cuando se corona a un rey, se diviniza un papa o toma posesión un presidente autonómico o heteronómico; tal ocasional oportunidad no se debe desaprovechar, si bien hay que pertrecharse de protector. De una parte, hay que tener en cuenta que esa convocatoria contemplativa, en verdad, será poco importante por lo dicho antes (lo importante siempre es secreto); de otra, es preciso armarse de buenos instrumentos ópticos, para que los ojos, más que de torpes humanos y diurnos, sean de búho o lechuza, nocturnos y para oscuridad, pues con tales instrumentos y con mucha atención se puede ver lo que no se quiere enseñar: los muchos lapsus, no sólo «linguae» (esto es de americana psicología política).
Con esas prevenciones allí fuimos, al legislativo palacio a mediados de este mes, entrando por la puerta principal. Y antes de entrar surgió la primera inquietud, al comprobar que aquí -al igual que en otros sitios- el palacio del legislativo sólo tiene una puerta principal, muy visible, en oposición al palacio del ejecutivo, que tiene dos principales, una muy visible por delante y otra muy invisible por detrás, disfrazada de emergencia. Tal observación resultó aclarada con las explicaciones de un experto que allí estaba, diciendo que en los palacios del legislativo, de color gris, sólo hay una puerta, siendo palacios del «otium» o del ocio, y que los palacios del ejecutivo, de color crema pastelera, son del ocio, pero sobre todo «nec-otium» (no ocio) o negocio. Y aclaró mas: en los palacios del legislativo, todos los que entran son de una sola clase, del «officium»; mientras los que entran en los palacios del ejecutivo son de dos clases: los que entran por la puerta principal o delantera, que son del «officium», y los que entran por la puerta de atrás, que son los del «beneficium», para acceso a las denominadas oficinas económicas de los gobiernos.
Añadió el experto que, en coherencia con lo anterior, en los palacios del ejecutivo había dos tipos o clases de guardias o policías: los normales, para vigilancia de la puerta delantera, y los anormales, o del servicio secreto, para la puerta trasera. El repetido experto, de manera un tanto confusa, dijo que si había que echar al inquilino del palacio y éste no se dejaba, le enseñaban el dossier y a dimitir por razones personales o para atender a la familia. Por el contrario fue muy claro de respuesta a la pregunta sobre cuántas puertas principales hay en los ayuntamientos, diciendo que, al ser ésos la Administración mas próxima a los ciudadanos, todo está más mezclado y próximo, sin necesidad de tiquismiquis: entran, por la misma puerta y juntos, los del oficio y los del beneficio.
Y llegamos a la escalerona palaciega o escalextric, subiendo «no en línea recta, sino por camino circunflejo» (Quevedo), no pudiendo subir más, pues la «toma de posesión» iba a ser allí, en la mismísima escalera, lo que es muy original. Alguien comentó que las escaleras son, según los sanguinarios británicos, un perfecto lugar para crímenes, y que, según los saineteros madrileños, son un perfecto lugar para risas. Esta vez fue un amigo el que aclaró, con sigilo y tiento, que los dogos venecianos tomaban también posesión en escalera, en la del Palacio Ducal, matando y matándose, con la apariencia infantil que daba la presencia de niños, que eran los fedatarios del «ballottino» electoral en el Gran Consejo (el recuerdo de Venecia provocó melancolía y sentimientos, encontrando únicamente el consuelo en que Venecia es parecida a Oviedo en una sola cosa: ambas tienen un Rialto, el de allí de piedra y el de aquí pastelero).
El acto litúrgico o rito comenzó con los actores -para ser vistos- arriba, y con los espectadores -también para ser vistos- abajo. El oficiante principal o sacerdote puso su mano encima del libro sagrado (Constitución) que estaba en un atril ridículo, por diminuto. Llegó el discurso, del que nada escuché, al estar convencido de que para saber lo que piensa un político, cuando habla solo, es mejor mirarle y no escucharle. ¡Cuidado!, que lo reaccionario tiene también muchos escondites. Con esto último he querido manifestar el desprecio a los soliloquios en general y de los políticos en particular, frente a los que no cabe respuesta, viendo, por el contrario, en el debate y el diálogo alturas de racionalidad, es decir, de humanidad, y por los que nació la política hace veinticinco siglos.
La presencia del Arzobispo, emparedado entre la pared de la izquierda subiendo, y la pared del fondo, vestido a lo normal, sin púrpura, sin mitra, sin báculo o palma, fue de categoría, o sea, no de anécdota: que en un acto de tanta liturgia el Arzobispo esté en una esquina y vestido al estilo de funcionario del Catastro o del Instituto Geológico y Minero, revela el secularismo de la sociedad asturiana. Viendo al prelado allí y de esa manera, entendí su lamento, leído en un digital religioso: «Se está imponiendo la no religión». Reconozcamos que esta vez, esta vez, lo ha hecho muy bien S. E., pues, como se dice en el drama del suicida Montherlant (1960) «El cardenal de España», «nada hay más peligroso que actuar como si se tuviera poder, no teniéndolo».
Abajo estaban los «lobbies» y las autoproclamadas élites. En un lado los del sindicato y los del dividendo, que los franceses llaman de la «gouvernance», los americanos «market participans» o «policy takers»; en otro lado los «familimillonarios», especie nueva y de mucha foto, abrazando a los de la derecha y de la izquierda, sin disimulo, por aquello de los huevos en varias cestas por el «si acaso». Por allí vieron a los de la soldadesca y de la marinería, con vistosidad y color (para color, el que daría una cuadrilla de toreros con montera y capa). Un perito de justicia planteó una cuestión muy seria, pero en momento muy inapropiado: ¿por qué en el Parlamento de Oviedo no había un reglamento del «lobbying» como en el Parlamento de Washington? Nadie respondió, alguno rió y la mayoría siguió mirando a lo alto, captándose en ese momento y por tal postura un efecto mágico: hasta los cuellos con las mas gruesas y colgantes papadas parecían de espigado cisne.
A la despedida vimos cómo el inteligente Valledor se despedía del Presidente, dándole la mano y cogiéndole con afecto por las mangas; tales tocamientos, tan frecuentes en adoradores del Poder, resultaron raros en persona tan distante de siempre y ahora mas en la oposición. Eso no es anécdota, sino categoría, pues en el tocar, incluso en el sacrílego, hay mucho de adoración. Popper (1962) escribió: «La adoración del poder es uno de los peores tipos de idolatría humana». ¿Habrá sido un lapsus?
Cuando el Poder pide que le miremos, autoriza a que nos riamos de él por comedia, y así se compensa por lo que hace llorar por tragedia, pero siempre, siempre, sin olvidar que sus anécdotas simpáticas son también categorías muy serias.
Francisco de Quevedo
«Historia de la vida del Buscón»
En un precedente artículo citábamos a un escritor político español que ya en el siglo XVII advirtió que, principalmente, las cosas públicas nunca son lo que parecen. Resulta sorprendente que, con tantos cambios de formas políticas desde entonces (del Antiguo al actual Régimen, desde la Edad Moderna hasta la Contemporánea, con teocracias, dictaduras, democracias, monarquías y repúblicas), el fondo-fondo del Poder político sea tan constante, acaso porque constante es la pasión por mandar. De la vieja y arcaica invisibilidad del Poder pasamos a la actual invisibilidad de la Política; eso sí, con mucha propaganda y energías derrochadas para convencernos de lo contrario, con mucho discurso falso sobre democracia y transparencia, con babosa palabrería prometiendo cambios para la caza del voto. (En este momento saco del cajón el festivo matasuegras, lo emboco e interpreto el «Tararí, tararí y tararíii»).
El Poder sigue necesitando la estructura espacial de palacios muy distantes, no pudiendo compartir comunidad con vecinos; sus principales y «sustanciales» reuniones siguen siendo secretas; sigue queriendo ver todo lo de los súbditos, ahora ciudadanos, y él (el Poder) sigue escondido en el escondite, casi como el dios divino («absconditus»). Tiene razón Daniel Innenarity, que en «La sociedad invisible» («El País»,19.02.2002) opone lo que se ve, que denomina superficie estúpida, a lo que realmente sucede, que denomina profundidad siniestra.
Excepcionalmente el Poder quiere que le veamos y nos pide: «¡Miradme, miradme!» Lo que suele ocurrir cuando se corona a un rey, se diviniza un papa o toma posesión un presidente autonómico o heteronómico; tal ocasional oportunidad no se debe desaprovechar, si bien hay que pertrecharse de protector. De una parte, hay que tener en cuenta que esa convocatoria contemplativa, en verdad, será poco importante por lo dicho antes (lo importante siempre es secreto); de otra, es preciso armarse de buenos instrumentos ópticos, para que los ojos, más que de torpes humanos y diurnos, sean de búho o lechuza, nocturnos y para oscuridad, pues con tales instrumentos y con mucha atención se puede ver lo que no se quiere enseñar: los muchos lapsus, no sólo «linguae» (esto es de americana psicología política).
Con esas prevenciones allí fuimos, al legislativo palacio a mediados de este mes, entrando por la puerta principal. Y antes de entrar surgió la primera inquietud, al comprobar que aquí -al igual que en otros sitios- el palacio del legislativo sólo tiene una puerta principal, muy visible, en oposición al palacio del ejecutivo, que tiene dos principales, una muy visible por delante y otra muy invisible por detrás, disfrazada de emergencia. Tal observación resultó aclarada con las explicaciones de un experto que allí estaba, diciendo que en los palacios del legislativo, de color gris, sólo hay una puerta, siendo palacios del «otium» o del ocio, y que los palacios del ejecutivo, de color crema pastelera, son del ocio, pero sobre todo «nec-otium» (no ocio) o negocio. Y aclaró mas: en los palacios del legislativo, todos los que entran son de una sola clase, del «officium»; mientras los que entran en los palacios del ejecutivo son de dos clases: los que entran por la puerta principal o delantera, que son del «officium», y los que entran por la puerta de atrás, que son los del «beneficium», para acceso a las denominadas oficinas económicas de los gobiernos.
Añadió el experto que, en coherencia con lo anterior, en los palacios del ejecutivo había dos tipos o clases de guardias o policías: los normales, para vigilancia de la puerta delantera, y los anormales, o del servicio secreto, para la puerta trasera. El repetido experto, de manera un tanto confusa, dijo que si había que echar al inquilino del palacio y éste no se dejaba, le enseñaban el dossier y a dimitir por razones personales o para atender a la familia. Por el contrario fue muy claro de respuesta a la pregunta sobre cuántas puertas principales hay en los ayuntamientos, diciendo que, al ser ésos la Administración mas próxima a los ciudadanos, todo está más mezclado y próximo, sin necesidad de tiquismiquis: entran, por la misma puerta y juntos, los del oficio y los del beneficio.
Y llegamos a la escalerona palaciega o escalextric, subiendo «no en línea recta, sino por camino circunflejo» (Quevedo), no pudiendo subir más, pues la «toma de posesión» iba a ser allí, en la mismísima escalera, lo que es muy original. Alguien comentó que las escaleras son, según los sanguinarios británicos, un perfecto lugar para crímenes, y que, según los saineteros madrileños, son un perfecto lugar para risas. Esta vez fue un amigo el que aclaró, con sigilo y tiento, que los dogos venecianos tomaban también posesión en escalera, en la del Palacio Ducal, matando y matándose, con la apariencia infantil que daba la presencia de niños, que eran los fedatarios del «ballottino» electoral en el Gran Consejo (el recuerdo de Venecia provocó melancolía y sentimientos, encontrando únicamente el consuelo en que Venecia es parecida a Oviedo en una sola cosa: ambas tienen un Rialto, el de allí de piedra y el de aquí pastelero).
El acto litúrgico o rito comenzó con los actores -para ser vistos- arriba, y con los espectadores -también para ser vistos- abajo. El oficiante principal o sacerdote puso su mano encima del libro sagrado (Constitución) que estaba en un atril ridículo, por diminuto. Llegó el discurso, del que nada escuché, al estar convencido de que para saber lo que piensa un político, cuando habla solo, es mejor mirarle y no escucharle. ¡Cuidado!, que lo reaccionario tiene también muchos escondites. Con esto último he querido manifestar el desprecio a los soliloquios en general y de los políticos en particular, frente a los que no cabe respuesta, viendo, por el contrario, en el debate y el diálogo alturas de racionalidad, es decir, de humanidad, y por los que nació la política hace veinticinco siglos.
La presencia del Arzobispo, emparedado entre la pared de la izquierda subiendo, y la pared del fondo, vestido a lo normal, sin púrpura, sin mitra, sin báculo o palma, fue de categoría, o sea, no de anécdota: que en un acto de tanta liturgia el Arzobispo esté en una esquina y vestido al estilo de funcionario del Catastro o del Instituto Geológico y Minero, revela el secularismo de la sociedad asturiana. Viendo al prelado allí y de esa manera, entendí su lamento, leído en un digital religioso: «Se está imponiendo la no religión». Reconozcamos que esta vez, esta vez, lo ha hecho muy bien S. E., pues, como se dice en el drama del suicida Montherlant (1960) «El cardenal de España», «nada hay más peligroso que actuar como si se tuviera poder, no teniéndolo».
Abajo estaban los «lobbies» y las autoproclamadas élites. En un lado los del sindicato y los del dividendo, que los franceses llaman de la «gouvernance», los americanos «market participans» o «policy takers»; en otro lado los «familimillonarios», especie nueva y de mucha foto, abrazando a los de la derecha y de la izquierda, sin disimulo, por aquello de los huevos en varias cestas por el «si acaso». Por allí vieron a los de la soldadesca y de la marinería, con vistosidad y color (para color, el que daría una cuadrilla de toreros con montera y capa). Un perito de justicia planteó una cuestión muy seria, pero en momento muy inapropiado: ¿por qué en el Parlamento de Oviedo no había un reglamento del «lobbying» como en el Parlamento de Washington? Nadie respondió, alguno rió y la mayoría siguió mirando a lo alto, captándose en ese momento y por tal postura un efecto mágico: hasta los cuellos con las mas gruesas y colgantes papadas parecían de espigado cisne.
A la despedida vimos cómo el inteligente Valledor se despedía del Presidente, dándole la mano y cogiéndole con afecto por las mangas; tales tocamientos, tan frecuentes en adoradores del Poder, resultaron raros en persona tan distante de siempre y ahora mas en la oposición. Eso no es anécdota, sino categoría, pues en el tocar, incluso en el sacrílego, hay mucho de adoración. Popper (1962) escribió: «La adoración del poder es uno de los peores tipos de idolatría humana». ¿Habrá sido un lapsus?
Cuando el Poder pide que le miremos, autoriza a que nos riamos de él por comedia, y así se compensa por lo que hace llorar por tragedia, pero siempre, siempre, sin olvidar que sus anécdotas simpáticas son también categorías muy serias.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Renato Sánchez 3586 of. 10
Telefono: 2084334- 5839786
santiago-Chile
www.consultajuridicachile.blogspot.com
www.lobbyingchile.blogspot.com
www.biocombustibles.blogspot.com
Rodrigo González Fernández
Renato Sánchez 3586 of. 10
Telefono: 2084334- 5839786
santiago-Chile
www.consultajuridicachile.blogspot.com
www.lobbyingchile.blogspot.com
www.biocombustibles.blogspot.com
No comments:
Post a Comment