Después de su espectacular victoria en las presidenciales francesas, Sarkozy ha logrado una abrumadora mayoría en las elecciones legislativas. Desde Pompidou, en 1969, ningún político francés había acumulado tanta auctoritas y potestas en sus manos.
Los ciudadanos del Hexágono, en palabras de Presidente de la República, le han un mandato de cambio nítido. Francia se encuentra en una situación similar a la del Reino Unido a finales de los años setenta del siglo pasado. Se ha convertido en el "enfermo de Europa" y salir de ese estado supondría aplicar una terapia similar a la implementada por Margaret Thatcher hace más de tres décadas. Sarkozy se enfrenta al dilema de introducir transformaciones radicales en el modelo socio-económico galo o realizar ajustes parciales que le den un balón de oxígeno pero que no resuelvan los problemas de fondo. Ahí va a estar el éxito o el fracaso de su gestión.
Francia es el país más estatizado de la OCDE. El gasto público absorbe más de la mitad del PIB, los mercados están cuajados de una maraña de regulaciones, el sistema de seguridad social es de una generosidad extrema, la fiscalidad sobre la renta y sobre las sociedades es la más alta de los países desarrollados Los ejemplos podrían multiplicarse. El resultado es una economía con un bajo potencial de crecimiento anclada en una estructura institucional que desincentiva la creación de riqueza e incompatible con las demandas de un mundo globalizado. En una década, el PIB per cápita francés ha pasado de ser el séptimo más alto del mundo a colocarse en el puesto número diecisiete. El Hexágono presenta un perfil de decadencia acelerada y necesita reformas profundas, por no decir una verdadera revolución.
Ante ese cuadro clínico, las propuestas planteadas por Sarkozy en su plataforma programática van en la dirección correcta pero resultan insuficientes para atajar el mal francés. Al mismo tiempo, algunas de sus iniciativas defensa de los campeones nacionales, preferencias comerciales etc.- tienen un aroma proteccionista inquietante, así como lo son sus ataques a la política del BCE, que parecen culpar a esta institución de la parálisis económica francesa. Este cóctel de ideas contradictorias entre si plantea interrogantes sobre cual será la política que el nuevo Presidente francés pondrá en marcha. ¿Predominará el Sarkozy liberal o el estatista? Esa incógnita se verá despejada con rapidez. El estado de gracia de los gobiernos dura poco y las reformas han de implantarse antes de que las fuerzas del statu quo reaccionen y se conviertan en un formidable frente opositor. De ahí que el tono de la Presidencia de Sarkozy lo van a dar sus primeras medidas. En este marco, la historia ofrece algunas lecciones importantes.
En 1986, la derecha francesa ganó los comicios legislativos con un ambicioso programa de cambio bajo el rótulo "La Unión Liberal". Chirac fue el Sarkozy aquel momento pero su impulso reformista sucumbió ante la presión de la calle. En 1995, Alain Juppé intentó introducir modestas transformaciones en el Estado del Bienestar que provocaron una marea de protestas y su salida del gobierno. Todas las intentonas liberales realizadas hasta el momento por el centro-derecha galo se han saldado en un fracaso. Esas experiencias son parecidas a las de Ted Heath. El líder conservador británico obtuvo su victoria electoral de 1970 con un proyecto de ruptura con el consenso estatista que dominaba la escena británica desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Su falta de coraje y de convicción le impidieron conseguir ese objetivo. Fueron necesarios cinco años de desastre laborista y el "invierno del descontento" para que Thatcher hiciese el trabajo que su antecesor fue incapaz de acometer (ver Jenkyns S., Thatcher & Sons, Penguin Books, 2006).
En este contexto, la pregunta es muy simple: ¿Sarkozy es Heath o es Thatcher? ¿Ha interpretado el deseo de cambio de los franceses como una invitación a desmantelar el rampante y esclerótico estatismo francés? Esta es la cuestión central. La Dama de Hierro fue mucho más radical en su gestión de gobierno que en el manifiesto electoral que la llevó al Número 10 de Downing Street en 1979. Tuvo el coraje y la visión precisas para acometer contra las vacas sagradas del statu quo británico y vencerlas. Esto desplazó el consenso de la sociedad y de la política británicas del estatismo a la libertad. Los laboristas sólo volvieron a ser elegibles cuando abandonaron sus ideas del pasado y de algún modo se hicieron "tacheritas". Esta es la oportunidad de Sarkozy y la duda es si tendrá el liderazgo y la voluntad suficientes para aprovecharla. Como diría De Gaulle, esa es su cita con el destino.
¿Aceptaría la sociedad francesa una estrategia de cambio radical? Hasta el momento, su conservadurismo apuntaría a una respuesta negativa. Sin embargo, este diagnóstico es superficial y estático. En el Reino Unido, a izquierda y a derecha, nadie o, al menos, pocos consideraban posible acabar con un estado de cosas consolidado durante medio siglo de socialismo. La coyuntura francesa no es muy diferente y, en consecuencia, las posibilidades de éxito de una terapia "tacherita" son considerables. En cualquier caso y siguiendo al viejo Shakespeare, el temple de los hombres se ve en las situaciones difíciles.
Rodrigo González Fernández
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